Cuando nos conectamos a la web para buscar información o cuando ingresamos a las diferentes plataformas alimentamos nuestra huella digital, que registra todos los datos de las interacciones que realizamos. Almacena lo que buscamos, lo que vemos, a quienes seguimos, las publicaciones que nos gustan, lo que compartimos, lo que consultamos, lo que hacemos, etc.
Esos datos son analizados por los algoritmos de las apps a las que accesamos que, al seguir parámetros y patrones establecidos, nos proporcionan contenidos personalizados basados en nuestros intereses, preferencias, opiniones y comportamientos previos, lo que se denomina Filtro Burbuja (Filter Bubble), atrapándonos y enganchándonos para navegar por más tiempo en ellas.
Si en una red social como Facebook interactuamos constantemente al buscar o ver publicaciones sobre ejercicios físicos o mindfulness, el algoritmo de esa plataforma nos mostrará reiteradamente mensajes, fotografías, videos o publicidad de gimnasios, clases de yoga, recomendaciones sobre una buena alimentación; sugerencias de suplementos, ropa especial, equipo y lugares de práctica; influencers a quien seguir, etc., asegurando y captando toda nuestra atención.
Los algoritmos califican el contenido que se comparte en la red y deciden cuántas personas lo verán y a quiénes se los enviarán. Automáticamente hacen un repertorio o selección de contenidos específicos para los usuarios, quienes ya no tienen la necesidad de pensar qué y cómo van a buscar.
Facebook, Instagram y TikTok organizan nuestro feed mostrándonos las publicaciones que consideran nos son relevantes: música, noticias, bailes, lugares a visitar, etc., para estimular al cerebro a que libere dopamina, experimentando una sensación de placer y obligándonos inconscientemente a consumir más contenidos.
Pero no solo interactuamos con los algoritmos de las redes sociales, hoy lo hacemos todos los días cuando nos conectamos a la web, por mencionar algunos están:
• Los servicios de streaming como Netflix, que nos recomienda contenidos basados en preferencias: ver una serie con sus ocho temporadas “obligándonos” a estar despiertos a altas horas de la madrugada.
• Al buscar un empleo, se reciben una infinidad de ofertas de diversas compañías.
• Ubicar las rutas más cortas en Waze de nuestros destinos diarios, como del trabajo a casa, reduciendo tiempos de traslado.
• Realizar compras online, Amazon envía recomendaciones para adquirir otros productos con base a nuestro historial.
• Bancos que los utilizan para prevenir posibles fraudes y para personalizar sus ofertas.
Además, los algoritmos, cuando son utilizados positivamente, mejoran la eficiencia de procesos en la industria al automatizar y optimizar sus recursos de personal, material y financieros para facilitar el trabajo, reducir costos y riesgos de producción. En la medicina, con ayuda de la Inteligencia Artificial, se dan diagnósticos más precisos y certeros, y se personalizan los tratamientos.
En la era de los algoritmos no basta con estar conectados, hay que estar conscientes. Si no entendemos cómo se construye nuestro feed alguien más pensará por nosotros.
La tecnología puede expandir nuestra vida o encerrarnos en una burbuja perfecta y cómoda pero profundamente manipuladora.
Hoy, más que nunca, el verdadero poder está en recuperar el control del click: decidir qué vemos, cómo navegamos y qué parte de nuestra atención merece quedarse en línea, porque cuando no cuestionamos la pantalla, la pantalla empieza a moldear quiénes somos.














