Cuando estamos a horas de llegar al escenario doblemente catastrófico -120 mil decesos por Covid-19-, la estrategia sanitaria seguida por el gobierno cuatroteísta muestra sus miserias. La pugna entre funcionarios federales y locales deja constancia, de manera fehaciente, que para ellos la salud de los mexicanos es intrascendente si obstruye sus ambiciones personales.
La displicencia con la que ha actuado el gobierno de Andrés Manuel López Obrador desde inicios del presente año, cuando ya se tenían noticias de la pandemia, es directamente proporcional al desdén con el que ha respondido buena parte de la población hacia las recomendaciones oficiales.
Si los funcionarios de Pemex no le hacen caso, sería demasiado ilusorio de parte del ejecutivo federal creer que los pobladores, que no están subordinados a sus designios, le hicieran caso, en especial cuando no pregona con el ejemplo.
Mientras para López Obrador, el detente y las estampitas religiosas tienen mayor efecto que la aplicación de pruebas y el uso del cubrebocas en el combate al coronavirus, sus discípulos aprovechan la crisis sanitaria para abrogarse los relativos éxitos alcanzados y culpar a otros de los errores cometidos.
Las disputas entre Marcelo Ebrard, Hugo López Gatell y Claudia Sheinbaum son cada vez más obvias. Ni siquiera el hecho de que en los últimos ocho días los contagios se han incrementado en 100 mil personas frena sus ambiciones políticas.
El “centinela” de la estrategia hace malabares discursivos para justificar sus acciones; las más recientes tienen que ver la actuación de la Cofepris, que se resistía a la aprobación de las vacunas, por un lado. Imponer a los gobernadores disidentes canal único y calendario de vacunación, sin tener en cuentas las particularidades de cada entidad federativa, por el otro.
Fue hasta que la magnitud de los infectados lo alcanzó, que el subsecretario de Salud decidió aprobar el uso emergente de la vacuna, cuando anteriormente adelantaba que el visto bueno podía tardar semanas, con el claro propósito de restarle méritos al canciller Ebrard Casaubon por haberlas conseguido.
Con la jefa de gobierno de la Ciudad de México, López Gatell hubo de aceptar las medidas extraordinarias adoptadas por Sheinbaum para contener los contagios, sobre todo en lo relativo a la aplicación amplia de pruebas rápidas.
Sin embargo, ningún de los dos se atreve a modificar el color del semáforo en la capital del país, aun cuando los límites establecidos han sido rebasados con holgura, siguiendo el criterio de López Obrador de prohibido prohibir.
Se les olvida a los cuatroteístas que una de las características de los mexicanos es nuestra propensión a hacer caso omiso a recomendaciones, sobre todo cuando provienen del gobierno. Históricamente ha quedado demostrado que el voluntarismo es insuficiente para cambiar comportamientos.
El autoritarismo que ha mostrado en otros campos el primer mandatario, como en varias de las disposiciones y decretos que ha emitido, ahora brilla por su ausencia; el pueblo consciente y responsable hace oídos sordos a los llamados presidenciales.
El principio de autoridad, hasta ahora ausente o no ejercido, tendrá que aplicarse más temprano que tarde, ante el descontrol de la pandemia. Queda poco tiempo antes de que el coronavirus cobre un mayor número de víctimas.
El presidente debe abandonar la displicencia y hacer efectiva la supuesta fuerza moral y no de contagio que se le atribuye, poniendo el ejemplo y límites a la actitud desaprensiva de los mexicanos frente al Covid-19.
Detener esta masacre, revelaría el compromiso de la administración lopezobradoriana. No hacerlo, sería negligente y reforzaría la certeza de la intrascendencia de la 4T como proyecto.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
Cuando uno de los principales intereses del jefe de Estado es editar su “Pequeño AMLO Ilustrado del Neoliberalismo” en lugar de idear estrategias efectivas para solucionar las crisis sanitaria, económica y emocional de sus gobernados, estamos frente a la banalización e irresponsabilidad en el ejercicio del poder.