Con un discurso cada día más desgastado y promesas que se diluye en el tiempo y ante una realidad que no cede a los caprichos presidenciales, la administración de López Obrador, falta de imaginación, quiere encontrar en una mayor austeridad pública y en la ayuda divina cómo sortear las crisis económica, de seguridad y de salud que enfrenta.
A cada momento salen a relucir estampas de la ineptitud gubernamental que en las recientes semanas se hacen más patentes: el abasto de leche a las clases populares, a través de Liconsa, se ha vuelto irregular; cientos de personas deambulando por la calle para encontrar oxígeno para sus familiares que no tienen acceso a clínicas u hospitales públicos; no existe papelería oficial para la emisión de actas de nacimiento; se presentan retrasos en las corridas del Metro, con el riesgo de mayores contagios.
Poco les importa a las autoridades los trastornos que día con día padecen los mexicanos, que la violencia, homicidios, feminicidios y falta de medicamentos y una adecuada atención médica para otros padecimientos esté detenida o que el personal de salud trabaje en condiciones precarias.
Estos problemas que afectan la cotidianeidad de la población no tienen espacio en las mañaneras, porque se prefiere voltear la mirada a otros asuntos que en poco o nada representan una mejoría en la vida de los mexicanos de a pie y que, se supone, son la principal preocupación del ejecutivo.
Es preferible que se debata sobre asilos políticos y no sobre las dificultades para que 11.7 millones de ciudadanos para encontrar trabajo; es mejor que los ojos se fijen en el comportamiento despreocupado del subsecretario Hugo López Gatell, acompañado de su novia -que por cierto está en la nómina de la Secretaría de Salud- que la llegada a cuenta gotas de las vacunas anti Covid-19, mientras los contagios y muertes se multiplican.
Para López Obrador es mejor que lo vean jugando beisbol o sembrando arbolitos que rindiendo cuentas de cómo se han gastado los impuestos que pagamos los mexicanos, o bien solidarizándose con los familiares de los 128 mil fallecidos como resultado de su exitosa (?) estrategia. A esas estampas de la inoperante actuación gubernamental, se suman otras decisiones encaminadas a devolvernos al mítico pasado echeverrista que tanto anhela el primer mandatario.
Una de ellas es la intentona del funcionario más honesto, confiable y transparente, Manuel Bartlett Díaz, director de la CFE, de culpar a los generadores privados de energía del apagón del pasado 28 de diciembre.
De nada sirvió el reconocimiento de que se incurrió en falsificación de documentos para justificar la falta de electricidad para 10 millones de usuarios, ya que con el respaldo presidencial y la comparsa del Centro Nacional de Control de Energía (Cenace), han decidido disminuir la generación de energía de particulares, a contrapelo de lo dispuesto por la Comisión Reguladora de Energía.
Y cuando se carece de argumentos, se prefiere el oprobioso silencio para no hablar del reparto familiar de posiciones en la administración pública de unos cuantos, o de la falsa separación entre poder económico y el poder político en el gobierno actual.
Pero eso sí, ante la incapacidad de dar respuestas efectivas a las dificultades, se invita a los mexicanos invocar a la divinidad de su preferencia, como proponen tanto el presidente López Obrador, como el coordinador de Morena en el Senado, Ricardo Monreal, quien sugirió confiar en el Creador y usar cubrebocas para evitar contagios. Es decir, para los cuatroteistas, es más confiable una simbiosis de Benito Juárez con estampitas de algún santo, que las decisiones gubernamentales para superar los problemas. He dicho.
EFECTO DOMINÓ El secretario de Hacienda informó que la próxima semana llegarán 440 mil dosis de vacunas, 10 veces más que las que llegaron este día. Si por las primeras tres mil que llegaron fueron a recibirlos tres secretarios de Estado, seguramente la siguiente semana estará el gabinete en pleno en el aeropuerto.
El show debe continuar. eduzarem@gmail.com