Cuando escuchaba la mano de mi mamá deslizándose por la pared de las escaleras, sabía que ya me venía a despertar. Eran las 4:30 de la mañana, prendía la tele mientras me alistaba para la clase de las 7:00 a.m., a la que siempre llegaba tarde. Ella me preparaba mi leche con café mientras escuchábamos las noticias del Dr. Simi, luego me subía al primer camión, en donde escuchaba el himno nacional y, enseguida, la canción más poblana de Puebla recordándonos lo “chula” que es, para luego seguir con el viaje escuchando las noticias con López Díaz.
Me subía al segundo camión del día, en el que siempre trataba de no dormirme porque nunca sabes si algún cabrón te va a manosear o te dan baje con tus cosas. Durante una hora de recorrido, me daba tiempo de sacar mi Proceso y ponerme a leer; no sé en qué momento comencé a comprar la revista cada semana.
Recuerdo perfectamente una de sus portadas, una foto estremecedora: debajo de un puente, regados en medio de dos camionetas con redilas blancas en las que estaba atada una narco manta, salpicados de sangre, decenas de cuerpos abandonados a plena luz del día. Llevaba como título: Abandonan 35 cadáveres frente a centro comercial en Veracruz. Otra vez habían dejado de manifiesto el estado de violencia que se vivía en México.
Entre lo que oía en la radio y lo que leía en las noticias, me llenaba de rabia saber como un grupo de personas pactaban con criminales y tomaban las decisiones que nos afectaban a millones de mexicanas.
Esa, y muchas otras noticias, se quedaron grabadas en mi mente y a veces, aunque no quiera recordarlas ni traerlas al presente, es imposible alejarlas de mi pensamiento. Más ahora, en la posición en la que me encuentro y con la convicción de acompañar y confiar en un proyecto de Nación, muchas veces me detengo a pensar y a cuestionarme si estoy haciendo lo correcto, reflexiono un poco y recuerdo qué fue lo que me motivo a entrar activamente en la vida pública y descubro, siempre, que fue el miedo. El miedo que, como diría la canción, se esfumó cuando me salieron alas.
Dejé de tener miedo cuando se apoderó de mí el deseo de trabajar para lograr un bienestar colectivo y pacífico; dejé de tener miedo cuando empecé a ver con los ojos de mi mamá y cuando las lágrimas de mi papá limpiaron sus pupilas y dejaron salir ese color de la miel que las pinta; dejé de tener miedo cuando tuve que tomar decisiones por mí y mis hermanos; dejé de tener miedo cuando tenía que caminar por el tianguis mientras los vendedores nos acosaban y yo tenía que hacer sentir a mi hermana segura y empoderada. Dejé de tener miedo cuando me alimenté de él.
Estas semanas han sido de mucha actividad, en medio de la contingencia que nos ha movido todo. Estamos ya en la antesala de lo que será la elección más grande de la historia de México y es por eso que quise escribir esta columna, compartirla y reiterar una vez más, que para mí y para muchas personas, es muy importante seguir impulsando una transformación de verdad y no mamadas. Porque existimos quienes no vivimos en una burbuja y tenemos la posibilidad real de incidir en la vida pública, además de que tenemos muy claro que lo que buscamos no son sólo los puestos, sino lograr un verdadero proyecto regenerador de la vida pública de todo el país.
Y hablo en plural porque no soy solamente yo. En los últimos días he recibido una bocanada de apoyo por parte de muchas personas; personas con las que, muchas veces, ni nos conocemos de manera física o directa, pero con las que coincidimos plenamente en que no debemos quedarnos con los brazos cruzados. A ellas, a ustedes, les doy las gracias por confiar en mí, porque no me cansaré de decirlo: Este espacio no es mío, es de todas a quienes siempre se nos invisibilizó, discriminó y ninguneó. Es el espacio de las mujeres de los pueblos, de las que vivíamos con miedo, de las que no existíamos y, por esas razones, este espacio es para ya no perderlo nunca.
Porque, aunque no quieran, ya no nos vamos a ir y vamos a seguir acompañando un proyecto que aunque es perfectible, nunca será igual a lo que vivíamos hasta hace poco y que los que tienen memoria corta han olvidado.
No debemos tener lagunas mentales en tiempo de definiciones. No debemos permitir que nos hagan a un lado otra vez, como lo hicieron siempre. Aquí estamos abriéndonos los espacios con los codos, aunque a la derecha le dé bilis.