Conforme se acerca la fecha de las elecciones intermedias, en el morenismo la angustia de perder la preferencia de los votantes cada día es mayor. El tono destemplado en las declaraciones del presidente Andrés Manuel López Obrador y del dirigente de Morena, Mario Delgado, es más y más notorio.
A grado tal, que ya inventaron un nuevo instituto político, el Partido Conservador que, sin registro, les provoca escozor y, desde su particular perspectiva, tendría la fuerza suficiente para arrebatarles la mayoría en la Cámara de Diputados y, con ello, descarrilar su proyecto transformador.
Delgado Carrillo quiere al PRIAN y a la mafia de la corrupción de su dislexia política, tanto para elegir a sus abanderados como por su incapacidad de entregar a tiempo los gastos de precampaña de sus candidatos, lo que ha traído consigo el reblandecimiento del voto duro guinda.
En tanto, el primer mandatario se queja de los machuchones -varios de ellos integrantes de su grupo asesor y que también serían miembros del nuevo partido político-, por ya no tener su respaldo, por más fotos que se tome junto a ellos, individual o colectivamente, situación que lo atormenta sobremanera.
La negativa presidencial a reconocer errores e insistir en estrategias que hace 50 años y ahora han dejado constancia de ser ineficaces, ha alejado a los ciudadanos que los habían apoyado. El hartazgo previo a las elecciones de 2018, que le dio el triunfo a López Obrador y a Morena, hoy ha trocado en desencanto y angustia por la pérdida de sus niveles de vida.
Acciones gubernamentales desarticuladas en estos dos años y medio han provocado el ahondamiento de la crisis derivada de la pandemia. Ni las milagrosas remesas ni las limosnas de los programas sociales del cuatroteísmo, que en conjunto sumaron más de un billón de pesos en 2020, alcanzaron para impedir el desastre.
Como nunca antes -López Obrador, dixit- la inversión privada había sido tan pobre en los primeros dos años de cualquiera de las administraciones anteriores; como nunca, la migración de mexicanos el año pasado había crecido tanto, más del doble que en 2018; como nunca, los mexicanos que se incorporaron a la pobreza habían rondado los 10 millones de individuos.
Obvio, entonces, que entre la población exista angustia y cierta desesperación hacia un gobierno dominado por la mafia de la ineficiencia que, por los resultados arrojados hasta ahora, puede representar un desperdicio de recursos públicos mayor a los supuestos ahorros por combate a la corrupción.
Cada vez es mayor el número de sectores y grupos sociales donde existe la convicción de que la opción Morena resultó peor el remedio que la enfermedad. Aunque el presidente López Obrador y sus corifeos insistan y repitan hasta el cansancio que ya pasó lo peor, para muchos en realidad “ya nos pasó lo peor”.
Totalmente Palacio Nacional, el ejecutivo federal se niega a entender a los cientos de miles de víctimas a causa de su mala gestión respecto del Covid-19, o de la violencia y criminalidad que se vive en el país. Pero eso sí, se entromete en la autonomía e independencia de los otros dos Poderes de la Unión.
Aunque suene a verdad de Perogrullo, un gobierno mediocre como el actual, lo único que puede dar son resultados mediocres. De ahí la angustia.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
La relación con Estados Unidos no debe concentrarse solo en asuntos migratorios, como pretende México, al proponer “sembrando vida” para la región centroamericana. Al gobierno de Joe Biden, le inquieta el manejo del tipo de cambio, que se restrinja la participación privada en el sector energético, el dinamismo del narcotráfico, el cuidado del medio ambiente y que se cumplan los compromisos del T-MEC.