“Ni un roce y yo queriendo”
Ana Gabriel
La presente campaña electoral se caracteriza por el “involuntarismo” de todos los actores políticos y los roces y rozones entre ellos, sean del mismo bando o entre adversarios, cada vez se apartan más e la ética y del marco normativo, enviando al carajo o al diablo el cacareado acuerdo por la democracia, cuya vida útil duró un día, cuando se firmó.
Su mismísimo promotor, el presidente Andrés Manuel López Obrador se ha encargado de desecharlo, pues un día sí y al siguiente también se entromete en asuntos electorales, no respeta la veda y se excusa y escuda en su propia interpretación del derecho de manifestación.
Con o sin pregunta expresa, el primer mandatario hace propaganda gubernamental y comparativos con gobiernos anteriores para hacer creer a la población que, sin él, México no tiene viabilidad alguna, aun cuando las cifras de los principales indicadores económicos, sociales y políticos muestran que los mexicanos enfrentamos condiciones más difíciles a las existentes a finales de 2018.
Estos rozones presidenciales al marco jurídico, en forma alguna pueden considerarse involuntarios; a lo largo de su mandato ha hecho del agandalle un estilo personal de gobernar, acumulando un buen número de litigios y de ahí su interés por tener al poder judicial de su lado.
Esta actitud del titular del ejecutivo, que en semanas recientes se ha agudizado, son de llamar la atención, pues el escenario de una posible elección de Estado no debe descartarse, sobre todo si consideramos que recientes encuestas dan cuenta del declive de Morena en las preferencias ciudadanas.
Además, ya se registran rozamientos nada placenteros entre sus principales colaboradores, con la esperanza de que, en octubre de 2024, efectivamente López Obrador se vaya directito a su rancho y no que, de manera involuntaria, busque una ampliación de mandato, como la que ahora propuso el Senado para el presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
De igual manera, los roces de la administración pública y los morenistas para con el Instituto Nacional Electoral han ido escalando, lo que podría conducirnos a la judicialización del proceso electoral intermedio, como método para no aceptar posibles derrotas en las urnas.
Ejemplo de ello, lo tenemos en los candidatos a los que el INE ha bajado de la contienda por incumplir con los dispuesto en los ordenamientos en la materia, así como sobre la impugnación morenista en torno a la disposición de evitar la sobrerrepresentación en la Cámara de Diputados.
En ambos casos, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, sobre el que existen sospechas de colaboracionista con el régimen, habrá de determinar si la actuación de los cuatroteístas fue voluntaria o involuntaria.
Y existen otro tipo de roces, poco políticos y éticos, ya sea a través de expresiones o de hechos, que evidencian la calidad moral de algunos de los candidatos y que, aun cuando existen testimonios indubitables, o lo niegan o dicen que fueron de manera involuntaria.
“Lo que se ve, no se juzga”, dice el refrán popular, y eso es lo que los mexicanos debemos hacer, para evitar que los rozones políticos y de otra clase se conviertan en un manoseo descarado de nuestros derechos fundamentales, como elegir a nuestros gobernantes.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
De acuerdo con el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, de las 10 ciudades más violentas en el mundo, siete son mexicanas, encabezadas por Celaya; le siguen Tijuana, Ciudad Juárez, Irapuato, Ensenada y Uruapan. A su vez, de las 50 ciudades, 18 se encuentran en México, 11 en Brasil, 6 en Venezuela y 5 en Estados Unidos. México ya lleva dos años como epicentro mundial de la violencia homicida.
Otro de los logros del cuatroteísmo.