Ante el inocultable fracaso de su gestión al frente del país y que es muy poco factible que pueda revertirlo, López Obrador encontró en el ataque a los órganos autónomos el pretexto perfecto para buscar su beatificación política, aunque para ello tenga que dejar la investidura presidencial en el perchero.
Temeroso del juicio de la historia y de los mexicanos, por el desastre que está dejando por todo lo que toca, el tabasqueño busca salidas de emergencia que impidan o, al menos, retrasen, el desmoronamiento de su fallida administración.
Desde que inició el proceso electoral, el primer mandatario se siente incómodo con dicha prenda, sobre todo porque mantenerla sin mácula, en los tiempos que corren, implicaría aceptar la condición de simple espectador, papel que no va con su naturaleza protagónica.
Así que decidió dejarla de lado para entrar en la contienda electoral. Si bien en un principio era capaz de compartir el escenario con otros actores, a raíz de los problemas de Félix Salgado Macedonio para obtener la candidatura al gobierno de Guerrero, de plano se olvidó de la investidura y se puso el ropaje de jefe de campaña de Morena.
A pesar de sus esfuerzos, algunos lícitos y otros “lisitos”, sumó un fracaso más. No poderle cumplir la promesa al compadre de hacerlo gobernador, lo enervó y anticipa una andanada de golpes contra todo aquello que implique autonomía y que se oponga a sus designios, como si estos tuvieran un origen divino.
Y en sus locos desvelos, quiere anular el sistema de democracia representativa que nos hemos dado los mexicanos desde hace muchísimos años y, en su lugar y con sus condiciones, promueve mecanismos de democracia directa o semidirecta, con el sofisma de que se niega a los ciudadanos su derecho a elegir o ser elegidos.
La confusión de ideas que priva en el primer mandatario, lo llevan a creer que para llevar a cabo un cambio de tal envergadura es suficiente con una simple reforma administrativa, por más profunda que sea. En realidad, el argumento más sólido que tiene contra dichos organismos, es el costo presupuestal en su operación.
Los puntos de vista expresados por López Obrador son totalmente subjetivos, pues como ha quedado demostrado cuando las decisiones le son favorables, enaltece a quienes lo aprobaron; cuando no, son enemigos jurados de su gobierno y sólo responden a la mafia del poder y a las minorías rapaces.
Aun cuando se despojó de la investidura presidencial, en sus actos, gestos y dichos sostiene: la democracia soy yo y, por tanto, desde el santuario de Palacio Nacional afirma que cualquier visión alternativa a la suya, por antonomasia, es antidemocrática.
Así, la salida de emergencia que mejor le acomoda es envolverse en la santidad de “su” democracia, por lo cual promueve por todos los medios a su alcance que su heroica lucha no tiene parangón en la historia del México moderno y que, por ella, está dispuesto a inmolarse, siempre y cuando no sea en las urnas.
A conveniencia, López Obrador se presenta ya sea como héroe o mártir que, para efectos de su beatificación política, es prácticamente lo mismo, a fin de instaurar una democracia unipersonal.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
El aumento de las remesas es directa e inversamente proporcional al incremento de pobres en México. Considerarlo como logro gubernamental es ofensivo, sobre todo si viene de quien presume el lema: “primero los pobres”.