Aguililla, Michoacán, es la punta del iceberg de cómo la delincuencia organizada está asumiendo el control de diversas regiones del país, en especial en las zonas costeras donde, no obstante la presencia de la Marina y el Ejército, la violencia ha sentado sus reales.
Es, al mismo tiempo, reflejo de la fallida estrategia gubernamental y de la indiferencia presidencial -para no hacerle el caldo gordo a sus adversarios- hacia los cientos de miles de víctimas por la inseguridad y la mala gestión de la pandemia.
Y como el número de muertos sigue creciendo sin cesar, el presidente Andrés Manuel López Obrador prefiere salvaguardar la investidura y mirar hacia otro lado. A cambio, trata de entretener al respetable dando a conocer nombres de los “progres” que podrían alcanzar la nominación de Morena para 2024.
La actitud desdeñosa del titular del ejecutivo federal hacia el dolor de sus gobernados, quedó de manifiesto cuando sostuvo, en torno a los sucesos de Aguililla, “que no meten a las bandas, que no maten a nadie”, anteponiendo a los delincuentes a la población.
Así queda perfectamente definido y delimitado el humanismo lopezobradoriano. Su expresión de abrazos no balazos, como lema, puede resultar efectista, pero como estrategia simplemente no funciona ante el fuego cruzado de las organizaciones criminales, que ya le disputan tributos y posiciones de gobierno.
Hacer uso de la fuerza pública contra los malhechores, contemplado en la Constitución, es un auténtico sacrilegio para López Obrador, pues no quiere que se le acuse de represor. Nada como tener la conciencia tranquila, aunque eso signifique la muerte de miles de mexicanos a los que, por mandato, debe proteger.
Y mientras llegan los resultados largamente anunciados y día con día pospuestos, hay que sacar a pastar a la caballada, a ver si de aquí a fines de 2023 o principios de 2024, embarnecen, porque hasta el momento se ven muy escuálidos.
Que aún no llegue a la mitad de su mandato y ya López Obrador ande buscando sustituto, más bien es plan con maña, ya que es un ferviente devoto de que el poder no se comparte y mucho menos él que tiene el control absoluto en la toma de decisiones.
Dado que la “sexteta de AMLO” no es como para presumir, debe entenderse el interés presidencial de a ellos sí engordarles el caldo para que ganen peso.
Salvo dos de ellos, los demás tienen más negativos que saldos a favor; dos han gobernado la capital del país y a los dos los une la tragedia del derrumbe de un tramo de la Línea 12 del Metro; otras dos, responsables del desarrollo económico y energético del país, por su escasa experiencia han ahuyentado inversiones y tienen litigios por resolver.
Los dos restantes, desarrollan labores diplomáticas que no son de mucho relumbrón y menos cuando supuestamente se privilegia la política interior, lo que debilita los tratos con otros países, en particular con el vecino del norte.
Si hablamos de antecedentes y prestigios, no hay mucho que decir. Solo uno de ellos cubriría el perfil.
Esperemos que el aliciente de estar nominados sirva de acicate a los potenciales sucesores de López Obrador y, ahora sí, ofrezcan resultados. Si no, al menos servirán de escuderos o pararrayos de Palacio Nacional.
En tanto se llega al 2024, la muerte de miles de mexicanos continuará ante la indiferencia oficial, que estará más interesada en engordar a la caballada. Eso es ser estadista.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
Sin haber presentado las irregularidades y mal manejo de recursos, ni haber hecho las denuncias correspondientes, el gobierno de López Obrador “revivió” con otro nombre los fideicomisos y fondos que había desaparecido: recursos que se aplicarán a partir de 2022, según anunció la Secretaria de Hacienda.
@Edumermo