A años luz de los próceres que tanto dice admirar y pretende emular, el presidente Andrés Manuel López Obrador muestra el doble talante de su discurso; dualidad propia de quienes creen poseer la verdad absoluta y fustigan y ofenden a quien se atreve a disentir.
Durante la semana que pasó, imbuido del espíritu independentista propio del mes de septiembre, el mandatario mexicano se lanzó con todo su arsenal bolivariano a cuestionar las políticas de Estados Unidos en sus tratos con América Latina y el Caribe, en particular el “bloqueo” hacia Cuna.
El tono bravucón utilizado, ciertamente le valió puntos internamente en favor de su popularidad, pero le mereció el menosprecio del gobierno norteamericano, pues ningún funcionario de alto nivel le acompañará en los festejos de la consumación de la Independencia.
Reclamo que, a conveniencia, suple por humildad cuando se trata de agradecer los alrededor de 13 millones de vacunas que el gobierno de Joe Biden le ha donado para combatir el coronavirus, cantidad que representa más del 10 por ciento de las dosis que han llegado a México hasta el momento.
Ese López Obrador bragado desapareció a los pocos días, para mostrar su otra faceta: la del gobernante sufridor y casi en el desamparo porque le faltan al respeto; cualidad de la cual paradójicamente adolece y, con o sin justificación, la aplica a diestra y siniestra.
Fue lastimoso ver al ejecutivo federal casi gimotear en cadena nacional por un tuit -soez y vulgar, hay que decirlo- en el que, sin mencionarlos por su nombre, se le ofende a él y a su esposa, Beatriz Gutiérrez Müller de López Obrador.
¿En qué momento llegamos a este grado de descomposición? Es difícil precisarlo, pero gobierno y ciudadanos hemos normalizado los insultos y las ofensas a los otros. Hemos hecho de este camino el único por el cual transitamos; la educación y los valores de fraternidad y respeto prácticamente han sido borrados y, en cambio, se ha vuelto popular el epíteto como parte sustantiva de nuestro lenguaje.
Ante la falta de razonamientos y argumentos para defender los puntos de vista ante propios y extraños, sean adversarios o no, se recurre a la fácil fórmula de descalificar. Y en ese terreno, López Obrador tiene una indudable ventaja comparativa.
Ante la popularidad ganada por estas formas de expresión, era cuestión de tiempo que se rebasaran los límites. El mencionado tuit, por tanto, no surgió -también debe decirse- por generación espontánea; es resultado de la cotidiana falta de respeto de un gobierno hacia el resto de la sociedad, como haber señalado de delincuencia organizada a los investigadores del país.
Ponerse a la altura del autor del ofensivo mensaje, al reproducirlo y leerlo en su totalidad, en forma alguna da lustre a la investidura presidencial. Mucho menos generalizar ese comportamiento individual y atribuirlo a la totalidad de la comunidad científica e investigadores, equiparándola a lo que realizan los carteles de la droga en nuestro país.
La sevicia mostrada por el oficialismo en este caso, en los cargos imputados a una treintena de investigadores, no tiene parangón en la historia reciente del país. Revela revancha o venganza.
Trascender esta etapa de insultos es fundamental para preservar la tranquilidad y armonía, empezando por el gobierno, que debe poner el ejemplo. Esperemos que un tuit como el aludido no haga verano y que la investidura presidencial recobre la prestancia y dignidad de antaño.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
La jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, expuso el fin de semana que, en general, los Tribunales Electorales se volvieron cotos de partidos políticos y no órganos imparciales; y, eso es parte de lo que, pues tiene que mejorarse “para tener elecciones, pues mucho más adecuadas”.
Es decir, la reforma electoral que tratará Morena de instrumentar ya no se trata de tener comicios libres y legales, sino adecuados.
@Edumermo