EDUARDO MERAZ. Todas las trapacerías puestas en marcha por el cuatroteísmo para lograr una amplia participación de los ciudadanos en la consulta de revocación de mandato, en el fondo buscan la re-encarnación del presidente sin nombre, sin estatua y sin gracia.
Sí ese desmedido y costoso entusiasmo lo hubiesen aplicado en la aprobación del presupuesto solicitado por el Instituto Nacional Electoral, a fin de lograr la instalación de más de 160 mil casillas, no hubiesen tenido la necesidad de hacer marometa y media en lograr un ejercicio electoral pleno.
Pero como son partidarios de transgredir y violentar el marco jurídico, asumiendo su innata actitud “chicharronera”, no solo gastan millones de pesos en espectaculares, ”módulos de información” y pago de su “ejército de servidores del morenismo”.
Tampoco tendrían que haberse desprendido de legisladores para hacer campaña en favor del mandatario o llevar a cabo “reinterpretaciones legales”, a fin de asegurar a los funcionarios públicos hacer labor de proselitismo.
Con seguridad dicha disposición quedará en pausa por controversia constitucional, no sólo por su contenido, sino por no cumplir los plazos establecidos para modificar la Carta Magna, en materia electoral.
Que sea la clase gobernante prácticamente la única promotora de la consulta de revocación de mandato, cuando la lógica y el sentido común indicarían que debería oponerse a este método.
En los hechos, este comportamiento sobrado, de “macho”, asumido por el oficialismo, es testimonio de su inseguridad ante un previsible desprecio de la ciudadanía hacia el primer morenista del país.
Lejos está del interés de velar por la seguridad, la seguridad y el poder adquisitivo de la población; su esfuerzo está orientado a tratar de recuperar los votos perdidos en 2021 -casi la mitad de los alcanzados tres años antes- y darle “oxígeno” al presidente sin nombre y sin gracia, porque éste siente que “ya no puede más”.
El resultado de la consulta, más allá del número de votantes y del si o no, en nada modificará la voluntad expresada en las urnas en 2018, pues no puede aplicarse de manera retroactiva.
Pero sí puede ser determinante en cuanto al “capital político” que pudiera alcanzar el mandatario sin estatua, con miras a las tres reformas constitucionales -eléctrica-, electoral y de la Guardia Nacional- y para dejar fortalecida a la corcholata que habrá de sucederlo, si es que es cierto que no buscará la ampliación o “ratificación” de mandato.
Por más insistencia en decir que a partir de 2024 se apartará de la política y que se dedicará a escribir y a cuidar a sus nietos, aún está presente que a principios de siglo pregonaba que “lo dieran por muerto” sobre su candidatura presidencial, estuvo en campaña 18 años.
Al inicio de su gobierno, dijo que trabajaría el doble, para que su gestión fuera el doble, dos sexenios. Insinuación que no debemos echar en saco roto, sobre todo si entre sus huestes se considera que “encarna” a la nación, a la patria y al país.
Para efectos prácticos y políticos, la multicitada consulta no busca la “revocación” de mandato ni mucho menos. Va por la “re-encarnación” que deje abierta la posibilidad de modificar la Constitución, a fin de garantizar la prolongación del sexenio que concluye en septiembre de 2024.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
Por su animadversión hacia los periodistas, es entendible que el presidente sin nombre muestre su desdén por el asesinato de cinco periodistas este año, pero no condolerse por los 5000 mexicanos muertos violentamente en lo que va del año es lamentable y clara muestra de su humanismo.
@Edumermo