El pasado sábado, el partido oficialista, MORENA, llevó a cabo sus comicios internos. Se disputaron 120, 000 cargos repartidos en los congresos de distrito, que a su vez elegirían a los representantes estatales hasta llegar a la Conformación del nuevo Congreso Nacional prevista para mediados de septiembre.
El meollo de todo este asunto, estimado lector, es que este proceso definirá el equilibrio de las fuerzas políticas de ese partido con miras a la sucesión presidencial, una batalla que ya ha comenzado desde hace varios meses atrás.
Los comicios en comento, estuvieron marcados por el cruce de acusaciones, prácticas ilegales como el acarreo de personas, entrega de despensas, condicionamiento de apoyos, riñas y quema de urnas. El propio AMLO reconoció en la mañanera de este lunes que hubo acarreo e inducción de votos.
En Guanajuato se denunció el acarreo de personas a través de camiones, taxis y vehículos particulares. En Querétaro se denunció la compra de votos y el acarreo de personas. En Morelos, entrega de comida y bebidas. En San Luis Potosí, tuvo que intervenir la policía ante las trifulcas, y en el municipio de Gómez Palacio Durango, se tuvo que suspender la votación debido a la violencia morenista.
Queda claro la barbarie, la trampa y el salvajismo con el que se actuó el fin de semana. No obstante, AMLO pretende desaparecer el Instituto Nacional Electoral, Instituto gracias al cual él ahora es presidente.
En la capital del país, ya dieron el primer paso para desaparecer al Instituto local, quitándole facultades, presupuesto y plantilla laboral, aunque la batalla sigue dándose en los tribunales nacionales.
Evidentemente dichos institutos no desaparecerán las prácticas ilegales en su totalidad, aunque si las reducen enormemente y nos brindan un marco de mayor certeza jurídica.
Lo anterior, demuestra la necesidad y pertinencia de que existan los Institutos nacionales federal y locales, institutos que han costado sangre, sudor y lágrimas de nuestros antecesores, y que el partido oficialista, pretende desparecer por un capricho de autoridad, retrocediendo muchos años en la historia de la democracia.