Una estudiante de doctorado en Sociología y Ciencia Política, Ximena Peredo (Reforma), escribe una columna ácida y artera. Titulada «La muerte del Leviatán», vacía de significado a la antigua idea de gobierno público. Los gobiernos, ahora, ante una miopía de gestión fomentada por la idea del rédito —y no del servicio—ceden paulatina e inadvertidamente el poder a la iniciativa privada: «Este escenario nos convierte en un nuevo tipo de clientela política: ya no somos ciudadanos lidiando con un policía, sino clientes frente a un guardia privado; ya no estamos frente a servidores públicos, sino frente a empleados de alguien más».
Pedro Kumamoto (Máspormás) ubica en el mapa político-social dos esferas de intereses: la de los jóvenes y la concerniente a la clase política. ¿Coinciden en algún punto? ¿Comparten una agenda? Parece que no. Los jóvenes deambulan principalmente por tres venas: laboral, ecológica y apolítica, o bien, nula participación política. Por otro lado, el desajuste se incrementa: cuanto mayor tiempo transcurre, las tres se angostan. Estrujadas, las venas por donde nos movemos nos exigen más volumen.
A lo largo de esta semana he leído tres artículos que hacen referencia al ya rebasado, mas afamado texto de Fukuyama, «El fin de la Historia». Christopher Domínguez Michael (El Universal) dio la cuarta. «Estamos condenados al “pasado presente”, como se tituló aquella novela de Juan García Ponce», finiquita, con razón, su intervención. Y es que en este incierto reflujo del s. XXI, vemos diariamente con azoro el revuelo nacionalista que descalabra, a su paso, la democracia liberal. Revestidos, los fantasmas, comparecen. Se celebra entre tantos lo que, antaño, se sufrió en millones.
«¿Por qué […] la ley no se ha asegurado de que, en cualesquiera circunstancias, con o sin padre presente, los mexicanos tengamos la opción de portar en primer lugar (como sí ocurre en otros países) el apellido materno, si así lo consensuaran las parejas, o, llegado el caso, si así lo decidiera el hijo o hija en su edad adulta?». El caso fue sonado. Pudiera ser que sus ecos remitían a la popular y homónima comedia francesa. No obstante, tiene su peso. «Jéssica, Amélie, yo (y millones)» es el título de la columna de Yuriria Sierra en Excélsior. Que Amélie, después de ganar el caso, pueda portar primero el apellido de su madre —lo cual, incluso, fuera de cualquier capricho es justo— representa un gran avance. Este texto, de las manos de una hija de madre soltera, rezuma certeramente la sensación.
Por último, con insumos de Guita Schyfter, directora de Huérfanos, Héctor Aguilar Camín (Milenio) publica doce «dichos de políticos, escritores y celebridades contra adversarios y colegas, y contra la hipocresía esencial de lo políticamente correcto».