La euforia que causó el triunfo e inicio de gobierno de Andrés Manuel López Obrador, después de 30 meses de la victoria y 24 de arranque, ha cedido paso a la incertidumbre y al sentimiento de vulnerabilidad en el que en estos días vive un gran parte de la población.
Sumadas las reformas, los moditos, la pandemia y una mala administración han dejado sin certezas a los mexicanos, prácticamente en todos los aspectos. De poco han servido las entregas directas de dinero a grupos vulnerables, si no ven en el horizonte perspectivas de superar sus condiciones de vida actuales.
Y lo mismo ocurre con los sectores medios, las clases altas, empresarios, profesionistas que desconfían de las políticas adoptadas por la 4T no únicamente en materia económica, sino también en asuntos de salud, seguridad, educación, cultura, etcétera, que se han traducido en cancelación de oportunidades y restricciones al desarrollo individual y colectivo.
En distintos grados, ningún grupo social siente que la alternancia esté representando una mejoría. Cada decisión de la administración lopezobradoriana genera más desasosiego que certidumbre. Hasta el momento, los magrísimos resultados alcanzados en dos años nos dicen que algo anda mal en el diseño y ejecución de los programas gubernamentales.
Otros elementos perturbadores y que ahondan el sentimiento de vulnerabilidad de los mexicanos frente al son: el hostigamiento cotidiano que sufren quienes no comparten o difieren de la visión imperial cuatroteista y la indiferencia del ejecutivo federal hacia las victimas por la acción u omisión del sector público, en especial quienes resienten la violencia, de la fuerza de la naturaleza o de un sistema de salud precarista y sin lógica de operación.
Hostigamiento e indiferencia caracterizan la actuación de López Obrador al frente de las instituciones. En el primer caso, se escuda en el combate a la corrupción y la eliminación de privilegios; y en la segunda, la utiliza a conveniencia, para limitar los cuestionamientos y como una manera de minimizar los yerros de su gestión.
Los números rojos que reportan casi todas las dependencias en los dos años previos, en medio de una pandemia que dejó de ser temporal para pasar a formar parte del acontecer diario de los mexicanos, se traducen en desesperanza.
No basta que el presidente López Obrador sostenga que vamos bien; la población sabe que su destino es incierto cada vez que sale de su hogar. Nada le garantiza que no será una cifra más en las estadísticas de delitos, de desempleo, de no contagiarse por coronavirus, de encontrar medicinas, de no tener que cerrar su negocio y del cúmulo de desgracias con las que convive en si entorno.
Las palabras presidenciales de que ya se sentaron las bases de la transformación y que cumplió 97 de sus 100 compromisos, no sirven para mitigar el desamparo u frustración de la gente. Todos sus supuestos logros de dos años de gestión, de poco han servido frente una realidad poco amigable con las mayorías, que ven el deterioro constante de sus condiciones de vida, sean pobres o ricos.
La dinámica económica entrecortada y sin vigor registrada en los recientes 24 meses -agravada por los efectos de la pandemia-pone en riesgo la sobrevivencia de personas y empresas. Los cataplasmas que aplica la administración lopezobradoriana, ni siquiera sirven de bálsamo a las penurias de millones de compatriotas.
Los tiempos difíciles aún no terminan y parece poco probable que el camino transformador tenga los elementos suficientes para mejorarlos, por lo que el nuevo modelo de medición que propone López Obrador debería considerar qué tan vulnerables nos sentimos los mexicanos en tiempos de la 4T.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
“No les fallaré” afirma López Obrador al celebrar la culminación de su segundo año de gobernar. Mientras llega ese día, durante los dos años previos la economía, decreció 9 por ciento; 10 millones más de mexicanos ingresan a la pobreza; aumentan los homicidios dolosos, feminicidios y extorsión; faltan medicamentos y hay alrededor de 110 mil muertos por Covid-19.