Ni está cerca el final del túnel, ni ya pasó lo peor. Más bien nos pasó lo peor: un gobierno indolente, desdeñoso e inepto, al que deben añadirse otros miles de muertes más de aquí a que logré vacunar a millones de mexicanos.
El desastre aún no termina, estamos enfilados en él: filas para conseguir oxígenos, filas para que puedan recibir a enfermos en hospitales, filas en los crematorios esperando turno, filas de carrozas funerarias para acceder a los panteones; filas para casi todo lo que tenemos que hacer. Esta es una de las caras de la pandemia.
La otra cara, la oficial, se da por satisfecha al sembrar arbolitos en homenaje a las víctimas, a hacer promesas difíciles de cumplir, a no seguir las recomendaciones de los organismos internacionales de salud y a tratar de ocultar las cifras de la desgracia.
Afirmar que no nos ha ido peor, sin que por ello México deje de ocupar el primer lugar en letalidad, tanto de la población en general como del personal médico que atiende la pandemia del Covid-19, es desvergonzado. Las estadísticas mundiales demuestran lo contrario.
Y lo que sucede en este terreno, es la punta del iceberg, de una administración que a pesar de los miles de millones de pesos que dice entregar a sectores vulnerables, está muy lejos de reducir la pobreza que, de acuerdo con estudios serios, domésticos y externos, cada vez será mayor el número de quienes se encuentren en esta condición.
La palabrería matutina y nocturna son insuficientes para ocultar los elevados índices de pobreza y mortandad como parte del legado de una gestión catastrófica; tampoco alcanza para justificar el profundo desorden de una administración pública que, en aras de un supuesto combate a la corrupción, termina siendo inoperante, al prácticamente dejar a la voluntad divina su obligación constitucional de otorgar seguridad en vida y bienes a sus mandantes.
Conforme pasan los días, es palpable el abandono oficial para promover el crecimiento y desarrollo económicos, así como el fomento de la convivencia armónica entre los mexicanos. Los resultados están a la vista: cierre de negocios, desempleo, mínima inversión, sector energético con pérdidas en vez de resultados.
Dividir a la sociedad mexicana en dos bandos, además de prejuicioso, es signo inequívoco de la estrechez de pensamiento del titular del ejecutivo que, a partir de la premisa absolutista “el Estado soy yo”, López Obrador se asume guía de los retroliberales o transgénicos, que deben oponerse a los neoliberales o conservadores.
Quejarse de que la oposición decida unirse para poner fin a sus oxidadas ocurrencias de hace medio siglo, es desconocer la historia de México. En 1929 y 1976 emergieron movimientos contrarios a las tendencias absolutistas, por lo que antes los amagos lopezobradorianos de ese signo, se está gestando el agrupamiento social con profundas raíces democráticas.
Hoy, López Obrador ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio en las alianzas políticas, cuando el fue el que instauró esa práctica para llegar al poder.
Si es cierto, como decía Borges, que ‘las palabras son símbolos que postulan una memoria colectiva’, las del cuatroteísmo están reflejando un México abandonado e indefenso, con un gobierno hecho a base de mentiras, engaños y trapacerías.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
El gobierno de México inicia el año con nuevas y controvertidas batallas legislativas con los empresarios sobre empleo, energías renovables, organismos autónomos y el Banco de México (Banxico), lo que obstaculizaría su meta de una pronta recuperación económica, comentó este domingo a Efe el profesor Luis Güemez, de la CETYS Graduate School of Business del campus Mexicali.