La toma de Palacio Nacional por fuerzas de seguridad y armadas, para proteger la residencia presidencial, ante la inutilidad del “muro de paz”, fue muestra palpable del miedo del ejecutivo frente a la rabia incontrolable de las mujeres, hastiadas de ser violentadas en todo momento y hartas de un gobierno indiferente a sus reclamos y a sus vidas.
La conmemoración del Día Internacional de la Mujer reflejó, en prácticamente todo México -en sus principales ciudades- que, en lo sucesivo, ninguna acción, programa o proyecto podrá ser exitoso sin la participación efectiva de la mitad de la población. La paridad en cargos debe trascender la simulación que, en muchos casos, se utiliza.
Decir que se está a favor de los derechos de las mujeres, como de manera reiterada presume López Obrador, pierde validez si, de acuerdo a cifras oficiales, en los poco más de dos años de su gestión, los feminicidios y la violencia de género se han incrementado de manera significativa.
Tal vez eso explique por qué el primer mandatario se resiste a llamarse feminista, pues no hay otros datos que pudieran respaldar sus dichos; algo similar ocurre con su cantaleta de primero los pobres, pero que en los hechos la pobreza extrema ha crecido.
Aun cuando las autoridades federales y de la Ciudad de México negaron los hechos, lo cierto es que hubo varios momentos donde las fuerzas de seguridad reprimieron a través de la utilización de gas lacrimógeno, gas pimienta y cohetones para contener la belicosidad de las manifestantes, que causaron daños en varias edificaciones.
A la virulencia de los reclamos femeninos en la capital del país, la respuesta oficial también fue desmesurada, haciendo recordar escenas parecidas a las vividas en 1968 y 1971 y no únicamente por las batallas en las calles, sino por la falta de apertura y comprensión de los mandatarios a movimientos reivindicadores.
Ayer, como hoy, la argumentación gubernamental consiste en atribuir a ideas foráneas y el oportunismo de reales o imaginarios adversarios. Díaz Ordaz, Luis Echeverría y López Obrador han tenido como denominador común la estrechez de ideas y de miras.
Los tres cayeron en el autoengaño de creer que con la magia de sus acciones podrían alcanzar la inmortalidad en la historia del país. Y si en el presente no se corrige el camino, la ignominia será el legado que deje, en el mejor de los casos.
Esperemos que, así como tuvo que reconocer su fallida acción en la captura y liberación de Ovidio Guzmán, el presidente López Obrador reconozca su equivocación, por la manera despectiva y machista como ha tratado a las mujeres, adolescentes y niñas de este país.
La presencia de la guardia militar en el interior de Palacio Nacional y de “caza drones” en el techo del inmueble, constituían la última línea de protección a una investidura presidencial temerosa y teñida de morado.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
Y para que se vea la elevada congruencia que le caracteriza, el presidente López Obrador lamentó la muerte del payaso “Cepillín”, al que denominó “líder del entretenimiento”, y envió su pésame a su familia. Para las más de dos mil mujeres muertas por feminicidio, vallas.