Como nunca antes -para citar al clásico-, durante esta administración, la prensa y los medios convencionales habían sido acosados y acusados. El antecedente más remoto, del México moderno, es el sexenio de Luis Echeverría Álvarez, cuyo modelo de gobierno es tan entrañable para el presidente Andrés Manuel López Obrador.
La apertura democrática de los años 70s del siglo pasado es tan parecida a la auténtica democracia que promueve el cuatroteísmo, que ve las expresiones divergentes no como conquista de luchas sociales, sino como benevolente y magnánima concesión del titular del ejecutivo federal.
Sin embargo, el ADN de López Obrador reclama pleitesía de sus súbditos, a quienes denomina pueblo bueno y sabio. Y como la prensa en lugar de glorificar sus acciones, se ha encargado de dar cuenta de fallas, errores y omisiones de su gestión la ve como el adversario al que es menester doblegar.
Es común que el primer mandatario pase de la irritación a la ira al referirse a los medios de comunicación tradicionales -prensa escrita, radio u televisión y no solo los descalifica e insultar, sino que, “a la chita callando” asedia y acusa.
No es solamente el manejo discrecional -igual que quienes le antecedieron en el cargo- de la publicidad oficial, como premio y castigo. Son varios los casos que, sotto vocce, se conocen de recomendaciones para difundir o no informaciones que alteran la imagen del gobierno o de alguno de sus prohombres.
En esta especie de reencarnación del echeverrismo, no es únicamente el agua de jamaicaamaica o de chía y los alimentos típicos de las diversas regiones del país, donde López Obrador encuentra inspiración. El esquema público tutelador de derechos guía muchas de las medidas que anuncia.
Sin embargo, el cambio de régimen político y económico que propone el obradorismo desvirtúa el llamado Estado benefactor, al dar un papel preponderante a las fuerzas armadas en funciones ajenas a lo estipulado constitucionalmente.
La mayor presencia de efectivos de la milicia, en labores de seguridad pública e interior, ya sea en la Guardia Nacional, el Ejército o la Marina está lejos de haber tenido un impacto relevante en materia de seguridad y violencia, lo que habla de una mala e ineficaz estrategia.
De manera paralela, el presidente López Obrador ha hecho del hostigamiento a los medios de comunicación, uno de los ejes de su gobierno, partiendo de la experiencia latinoamericana y mexicana de que sin un adecuado control de las fuerzas armadas y de la prensa el cambio se vuelve imposible.
Los casos simbólicos de Francisco I. Madero y de Salvador Allende son a los que con frecuencia apela el primer mandatario para justificar su asedio a los medios de comunicación. Y no solo acosa, ahora con su quien es quien en las mentiras acusa y difama para minimizar los yerros de su administración.
El temor a una acción conjunta de sus adversarios, lleva a Andrés Manuel a considerar que cualquier movimiento contrario a su proyecto tiene carácter golpista. Esa es una óptica maniquea, difícil de entender en la democracia.
Azuzar e intimidar cualquier expresión distinta a la suya, tiene como finalidad, inhibir la crítica y sembrar miedo. Los medios de comunicación están en la mira.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
Respaldamos y acompañamos la decisión que la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, ha tomado, por mantener a la capital en semáforo naranja; retroceder sería trágico para la recuperación de empleos y a miles de empresas en riesgo de cierre o quiebra”, expuso la Coparmex. ¿Estamos ante el ocaso de Hugo López Gatell?