La polarización a que nos ha llevado el gobierno actual es, quizá, el mayor obstáculo para que la reforma eléctrica logre convertirse en un instrumento de desarrollo. Todo o nada son, hasta el momento, los caminos en los cuales se ha encasillado el inicio de la discusión.
La óptica oficial se encamina al predominio o monopolio del sector público en la generación y distribución de energía, a partir de una visión pueblerina: el pueblo lo requiere y lo demanda; voz afónica, pues los únicos exponentes han sido morenistas.
Visión en apariencia amplia, pero excluyente de importantes sectores a los que se pretende impedir participar del debate, vía la descalificación de sus opiniones o por quienes son o representan.
En la esquina opuesta, se ubican aquellos deseosos de mantener inalteradas las condiciones existentes, ya sea por conveniencia económica o ideológica, por el simple hecho de estar en contra de cualquier iniciativa proveniente del poder.
La actual conformación del Congreso de la Unión, sin embargo, ilustra con bastante nitidez que los mexicanos estamos en contra del pensamiento único y, como sociedad -pueblo- plural, exigimos acuerdos que tomen en cuenta todos los puntos de vista e intereses que han dado forma al esquema de economía mixta plasmado en la Carta Magna.
La pretensión de hacer del Estado-gobierno juez y parte en el sector energético, particularmente en el caso de la electricidad podría conducir a una “expropiación blanda”, en aras de una desdibujada soberanía nacional, comprometida desde hace tiempo en la suscripción de tratados internacionales, en especial el recién renovado con Estados Unidos y Canadá.
Por encima del revestimiento ideológico nacionalista del cuatroteísmo, se encuentran las urgencias de ingresos gubernamentales para hacer frente a sus obligaciones y para concluir sus obras y busca, hasta por debajo de las piedras, la forma en la cual pueda satisfacer su apetito de dinero fresco.
En contraparte, mantener inalterada la ecuación de la anterior reforma energética, representaría desaprovechar la oportunidad de mellar la desigualdad provocada por la “mano invisible” del mercado y traducirla en beneficios para la población.
Está de más señalar que los inversionistas en la rama eléctrica -como en cualquier otra actividad productiva- esperan el retorno expedito del capital aportado, así como obtener jugosas ganancias durante el tiempo contratado, por lo que esperan no haya cambios en las condiciones estipuladas.
Las posiciones hasta ahora predominantes parecen irreconciliables y ni siquiera se trasluce la intención de buscar un acercamiento. Tanto lo que están a favor como los en contra, están apostando fuerte -tal vez blofeando- y, de seguir en esa postura, también las pérdidas serán elevadas, no sólo para las partes en conflicto, sino para todo el país, pues se habrá desaprovechado la oportunidad de transitar hacia la conciliación y el acuerdo.
La fórmula del chantaje o extorsión de ambos lados empieza a tener rendimientos decrecientes y, según se puede pronosticar, incidirá poco en la construcción de una reforma modificada que, dejando insatisfechas a las partes, pudiera ser aprobada.
¿Será posible, en unas cuantas semanas, avanzar en la distención social y política, donde la animadversión es cada vez más exaltada, como para encontrar una tercera vía en el sector energético? Por lo pronto, no hay lugar al optimismo.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
De a poco, se empieza a esbozar que, en un futuro no muy lejano, los partidos políticos en México se irán transformando. La forma y fondo existentes ya dieron de sí y se hace necesario un esquema distinto. El primero en iniciar este camino sin retorno es el Partido de la Revolución Democrática, al anunciar su refundación, a través de la realización de mesas de trabajo con sus militantes para definir lo que será en el futuro.
@Edumermo