Además del deterioro de la salud física y económica de millones de mexicanos, la “nueva normalidad” viene acompañada de mayores riesgos para la democracia y para el desarrollo de las nuevas generaciones en nuestro país.
Mayores índices de violencia en las familias, aumento de la drogadicción entre adolescentes y jóvenes, incremento en depresión y ansiedad, sobre todo entre la población más vulnerable, y significativa el crecimiento en la proclividad al autoritarismo. Así demuestran estudios y encuestas dadas a conocer en días recientes.
De acuerdo con esas investigaciones, durante el tiempo que lleva la pandemia del Covid-19, problemas de depresión, ansiedad y consumo de estupefacientes registraron incrementos importantes, cuyas repercusiones han sido más severas entre los jóvenes en condiciones de exclusión social como la población no binaria, la indígena, la afro descendiente y la de menores ingresos.
Los resultados se encuentran en el documento denominado “Voces-19”, que realizó el Population Council de México, en colaboración con el Instituto Mexicano de la Juventud (IMJUVE) y el Centro Nacional de Equidad de Género y Salud Reproductiva (CNEGSR), así como el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA).
A su vez, el más reciente sondeo de Latinobarómetro clasifica a México como una nación “de preocupación”, por el elevado número de ciudadanos que rechazan el sistema democrático como forma de gobierno.
El porcentaje de personas dispuestas a sacrificar libertades políticas y sociales para satisfacer necesidades económicas pasó de 45 a 52 por ciento entre 2016 y 2020.
De igual manera, al preguntarles si estaban de acuerdo con la expresión de que en determinadas circunstancias “un gobierno autoritario puede ser preferible”, el número de mexicanos que lo consideró viable, se duplicó entre 2018 y 2020, al pasar del 11 al 22 por ciento.
Si a todo lo anterior sumamos que, de acuerdo a la organización World Justice Project (WJP), el Estado de Derecho en México se mantiene estancado desde hace cinco años, con retos en torno a los límites al poder gubernamental, corrupción, derechos fundamentales y justicia, por lo que ocupa el lugar 113 de 139 países.
Otros estudios sobre la democracia en América Latina advierten que en varios países de la región se registran fenómenos como: debilitamiento de la división de poderes, riesgo a la integridad personal, desconfianza, acoso a las actividades de la sociedad civil, aumento de la militarización y el ascenso del conservadurismo moral, parece un retrato hablado de lo que ocurre en México.
Los efectos inmediatos y mediatos causados por el Covid-19 trascienden los aspectos meramente económicos y de salud, para infectar la vida democrática de los países, pues conjuga los apetitos absolutistas de los gobiernos, con la mayor aceptación de los ciudadanos a libertades.
En el caso de México, la suma de todos los males enumerados operaría como caldo de cultivo para prolongar la presencia del cuatroteísmo y generar trastornos en las condiciones de vida de los mexicanos, sobre todo para las nuevas generaciones, sin obtener beneficios como los existentes en la “antigua” normalidad.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
Hablando de promiscuidades y traiciones, la constante invocación presidencial a la terminología religiosa desde la sede misma del poder de un Estado laico; el no cobro de adeudos fiscales a empresarios que son sus asesores; la justificación de las “aportaciones” recibidas para el movimiento y la alianza electoral con un partido clerical, son parte de “la otra investidura”.
@Edumermo