Después de medio camino recorrido, cuando los proyectos aspiracionistas de llevar a cabo una cuarta transformación dejan ver las severas limitantes del oficialismo para materializarlos, nos damos cuenta que, en efecto, tenemos un gobierno que se desenvuelve en la “justa medianía”.
Condición más referida a su desempeño como servidores públicos que a su apego a la austeridad republicana, pues la gran mayoría de los funcionarios cuatroteístas de más alto nivel poseen bienes y riquezas muy por encima de un modo de vida modesto, como el que pregona el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Esta “medianía” gubernamental obedece, en buena medida, a la impericia -para decirlo de manera suave- de la mayoría de los funcionarios de primer rango que, en vez de solucionar problemas, los agravan y, en no pocas ocasiones, los agravan.
Los criterios de honestidad y de lealtad, antepuestos a las capacidades profesionales requeridas en cada área de la administración, ha sido factor clave en la consolidación de “la mafia de la ineficiencia” en la gestión gubernativa, con mayores costos para los ciudadanos.
Un buen porcentaje de los ahorros presumidos por el primer mandatario, por la eficacia del sector público, sino al bolsillo de la sociedad, que ha tenido que realizar gastos extraordinarios para subsanar las obligaciones del gobierno, sobre todo en materia de salud, donde la falta de medicamentos e insumos ha sido la constante.
Durante los tres primeros años de la gestión lopezobradoriana, se puso más énfasis en derruir esquemas, sistemas e instituciones; tarea sencilla y que llevaron a cabo gustosos, sin tomar en consideración las consecuencias y efectos nocivos en la población.
Un recuento sucinto de las acciones emprendidas por la administración actual, con base en datos duros, muestra que la gran mayoría de los mexicanos somos más pobres, con precios al alza y salarios más bajos; vivimos inseguros y con miedo, sin medicinas suficientes ni sistemas de salud y de protección confiables.
Sin plan o ruta perfectamente delineada a seguir, en México el gobierno se ejerce de manera veleidosa, a bote pronto y con gran dosis de injusticia. El proyecto de Presupuesto para 2022, al que se busca no cambiar ni una coma, es un claro ejemplo de ello.
Hoy, los mexicanos no vivimos mejor o, al menos, en condiciones equiparables a las que teníamos antes de la llegada al poder de López Obrador; tampoco podemos dormir tranquilos ante la incertidumbre. El futuro no se vislumbra mejor y muchos menos halagüeño.
Además de las limitantes enumeradas, muchos compatriotas son objeto de ofensas, se violentan sus derechos fundamentales y se les discrimina por hacer públicas sus discrepancias con la conducción del país; han sido expulsados del paraíso, por no ser pueblo.
Más allá de extravagancias, escándalos y ostentaciones a las cuales son proclives no pocos cuatroteístas, lo cierto es la vasta inoperancia, cuasi enciclopédica, de la actual administración que no sólo al presidente, sino a millones de mexicanos nos impide conciliar el sueño.
Si bien, aún no puede hablarse de un sexenio perdido, las metas y promesas que registren algún avance, serán de una proporción semejante a “la justa medianía”, es decir, más próxima a la mediocridad que al prometido bienestar.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
El Banco de México (Banxico) subió expectativa de inflación para este año de 6.2% a 6.8% lo que, de confirmarse, será la mayor tasa de las últimas dos décadas, desde el año 2000. Lo atribuye a presiones inflacionarias externas; presiones de costos; depreciación cambiaria; y aumentos de precios agropecuarios y energéticos, entre otros factores.
@Edumermo