Duele darte cuenta cuánto nos hemos dividido los mexicanos en tan solo tres años. Haber convertido casi en himno la tonada “en el agua clara, que brota en la fuente, chin… todos los de enfrente” para diferenciarte del que piensa distinto es, tal vez, el único logro palpable del gobierno actual.
Rencor y venganza son el sentir en los cuales abreva el presidente sin nombre, a pesar de negarlo. El combate a la corrupción se volvió al pretexto perfecto para aniquilar instituciones y prácticas supuestamente delictivas. Hacerlo, sin tener perfectamente diseñados esquemas sustitutos, ha generado más daño que soluciones.
En apariencia, el mandatario innombrable tuvo el remedio, pero no el trapito. Su concepto del Estado mexicano data de hace medio siglo, con un sector público omnipresente, tutelador cuasi absoluto de derechos, con una presidencia feudal, que riñe con un Estado moderno, con división de poderes y una sociedad más participativa.
Esa cosmovisión feudalista por supuesto que mira con recelo todo aquello que se sale de sus márgenes y busca aniquilar esos usos y costumbres nuevos que ponen en duda el concepto estatista del cual se amamantó la ideología cuatroteísta.
Mil y un y cientos de días después, luego de tres años, el presidente sin nombre dibujó el México fantástico de sus sueños, para alimentar su ego y reanimar a su claque.
Con profusión de los otros datos, informó a sus huestes que, con los nuevos mafiosos de la ineficiencia –otra forma de corrupción- adueñada de la administración pública, se han hecho milagros para que los machuchones sean más ricos y los mexicanos seamos más pobres.
Con 90 por ciento de lealtad ciega y 10 por ciento de conocimientos y experiencia, el gobierno emite disposiciones con base en ocurrencias o caprichos, sin modificar de fondo el funcionamiento y resultados del régimen prevaleciente.
Nuevos actores suplen a los ya muy vistos del neoliberalismo. Sin embargo, proceden de la misma escuela, resultando tan rapaces los pintos como los colorados.
Cambiar de colores o la forma de expresar las ideas en forma alguna es equivalente a cambio de régimen. Las bases y fundamentos que dieron origen a las desigualdades –que provocaron en los mexicanos el deseo de transformación-, siguen vigentes, inalteradas y, en no pocos casos, favorecen su profundización.
Tres años después, el paraíso prometido sigue perdido, salvo que la visión cuatroteísta del edén sea el primer nivel del infierno: mayor pobreza, inseguridad y violencia en niveles insospechados, escasez e insuficiencia de medicamentos e instalaciones de salud, carestía, pérdida de libertades y un largo etcétera de sinsabores.
El único cambio tangible de la administración cuatroteísta es la conformación de dos únicos bandos en la sociedad mexicana, antagónicos entre sí y, por consecuencia, la prevalencia del odio entre ambos, sin posibilidad alguna de acuerdo y reconciliación.
A la mitad del camino, bien se puede hacer la paráfrasis: “tan cerca del cuatroteísmo y tan lejos del bienestar”. Paraíso perdido por la polarización social existente, que ni con la revocación de mandato se podría recuperar.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
En lo que pareció un mensaje cifrado, el machuchón Carlos Slim, se manifestó en favor de una democracia “participativa, electoral, representativa y con libertad” como el mejor sistema, y alertó sobre los peligros de las democracias donde los mandatarios “quieren reelegirse indefinidamente”, a través de eliminar la división de poderes.
@Edumermo