Investigadores del Instituto Nacional de Arqueología e Historia (INAH), en colaboración con Arqueólogos de la Subdirección de Arqueología Subacuática (SAS), localizaron vestigios de un naufragio de hace más de 200 años en aguas de una zona protegida de Quintana Roo.
Se trata de un velero, cuyo naufragio ocurrió, probablemente, a finales del siglo XVIII o inicios del XIX en las aguas del caribe mexicano.
Los arqueólogos subacuáticos teorizan que los tripulantes de aquella embarcación hicieron un último esfuerzo para evitar la catástrofe. Esto lo infieren a partir del hallazgo de un ancla ‘activada’, es decir, que fue lanzada al mar con la intención de sujetarse a la barrera arrecifal, y fue a tal grado que hoy continúa ceñida e integrada por completo al sistema coralino.
Aquella acción fue en vano pues la embarcación comprobó, del peor modo, por qué al falso atolón de Banco Chinchorro se le conoció por siglos como el ‘Quitasueños’.
Y si bien los detalles de aquel naufragio recién comienzan a ‘salir a flote’ en el marco de la campaña nacional de difusión “Contigo en la Distancia”, de la Secretaría de Cultura, los pormenores del hallazgo son resultado de una incesante investigación.
Laura Carrillo Márquez, investigadora de la SAS y responsable del Proyecto Banco Chinchorro, explica que fue en pasados meses cuando se realizó una primera jornada de inspección a fin de registrar, mediante dos sesiones de buceo, la localización en GPS del derrelicto y hacer una inspección general del mismo.
Será en la segunda fase de trabajo -la cual se llevará cabo una vez que pase la contingencia sanitaria por COVID-19– cuando los especialistas vuelvan a campo para levantar planos, ahondar en las características del contexto y quizá tomar algunas muestras para indagar en su temporalidad.
Por ahora, detalla la arqueóloga subacuática, es difícil hablar de las dimensiones del velero, de su cargamento u otros detalles, pues la zona en la que se ubica, al sureste de Banco Chinchorro, es compleja. “Yace directamente en la barrera arrecifal donde la corriente marina es fuerte”.
Lo anterior, sumado a que el pecio está a escasos dos o tres metros de la superficie, hace que prácticamente no quede nada del casco de madera, pues el material orgánico de esa estructura se ha desintegrado con el paso de los siglos.
“Solo permanecen los elementos sólidos, muy concrecionados al arrecife”, describe Carrillo al enumerar algunos de los objetos registrados en el reconocimiento inicial: lingotes pig iron que se usaban como lastre, algunos tubos, un cañón de aproximadamente 2.5 metros de largo y un ancla.
No obstante que algunos de los vestigios parecen indicar una filiación británica, la investigadora del INAH aclara que esta hipótesis deberá ser corroborada o descartada, mediante análisis que se harán meticulosamente, cuidando el equilibrio ambiental del sitio.
Con información y fotografías del INAH.