Un gobierno que se la pasa pidiendo u ofreciendo disculpas es porque carece de un criterio definido de su valor como representante de una nación, más interesado en elevar su autoestima que, en verdad, corregir sus propias deficiencias y aceptar sus errores, que no son pocos.
Este comportamiento reviste mayor sin sentido, si los reclamos por agravios sufridos son tan remotos y tan ajenos a las generaciones actuales, que más bien pareciera el intento por sanar un trauma personal. Puestos en esa tesitura, se tendría que solicitar disculpas a los descendientes de los aztecas, cuyo imperio -como todos- se forjó subyugando a otras poblaciones indígenas.
La solicitud-exigencia al gobierno español y al Papa Francisco de parte del presidente Andrés Manuel López Obrador para obtener la satisfacción de una disculpa, quizá ni sentida ni sincera, en poco contribuirá a subsanar los yerros y pecados de la 4T, cuya inacción y casi complacencia en materia de seguridad, ha traído consigo a miles de mexicanos crucificados y desangrándose por la delincuencia que, día con día, reta a las autoridades y a las fuerzas armadas.
Eso sí, López Obrador está muy dispuesto a ofrecer disculpas, cada que se entrevista con los deudos de los 43 de Ayotzinapa, los mineros de Pasta de Conchos y los niños de la guardería ABC; todos ellos sucesos del pasado. Casos emblemáticos por su impacto en los medios de comunicación y que le sirven de pretexto para justificar la adopción de políticas no siempre populares.
En cambio, para proteger de cualquier mancha la investidura presidencial -así lo justifica-, se niega a atender y a recibir a defensores de derechos humanos, de víctimas de feminicidio, a padres de niños con cáncer y, muchos menos extender disculpas por los casi 65 mil fallecidos durante su mandato.
Si en su gestión los homicidios dolosos han aumentado respecto de años anteriores -aunque no a un ritmo elevado, hay que decirlo- es razón suficiente para afirmar que la estrategia seguida en esta materia es, si no un rotundo fracaso, cuando menos fallida, tan es así que ya quedaron fuera del discurso presidencial los abrazos, no balazos.
Además, la insatisfacción del gobierno de Estados Unidos por la liberación de Ovidio Guzmán -hijo de “El Chapo”-, el asesinato de miembros de la familia LeBaron y el incontenible flujo de drogas a territorio norteamericano, ponen a descubierto lo endeble de la ruta trazada y podría representar presiones y sanciones, de no corregirse el camino, algunas ya expuestas por el embajador Cristopher Landau.
En su inalterada percepción de que México, su gobiernos y los mexicanos “vamos bien”, el presidente López Obrador quiere que medios de comunicación, partidos políticos, agrupaciones civiles, en suma, opositores se disculpen por poner en duda su divina palabra que, de acuerdo con estudios, está plagada de expresiones no verdaderas, es decir, mentiras nada piadosas.
Estamos frente a un jefe de gobierno sin ética, incapaz de reconocer el carácter infortunado de buena parte de las medidas, extraídas de un modelo inexistente desde hace medio siglo. Su cotidiana prédica ofensiva contra adversarios y aliados vergonzantes, más que condenar al pasado que tanto abomina, tiene el propósito de expiar sus culpas y salvarse en lo individual del fracaso de su administración.
Negado a aceptar equivocaciones, el presidente López Obrador tendría que ser dis-culpado porque todo lo hizo por los pobres -según.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
La Arquidiócesis Primada de México se refirió a la encíclica “Fratelli tutti” (Hermanos todos), que publicó el domingo pasado el papa Francisco. Indicó que pareciera que el máximo jerarca católico “habla directamente a México cuando asegura que en muchos países se utiliza el mecanismo político de exasperar, exacerbar y polarizar”.