Escondidas por los rincones, temerosas de que las vean, las cuentas oficiales de la presente administración o están escondidas por los rincones o reservadas hasta que concluya el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Lo suyo, lo suyo es no rendir cuentas a nadie. Durante buena parte de su vida, el primer mandatario nunca ha explicado de qué vivía; lo más que llegó a decir es que tenía ingresos por 50 mil pesos mensuales, de los cuales nunca presentó declaración de impuestos, ni manejo cuentas bancarias, para que no le siguieran el rastro.
Y lo mismo puede decirse de sus colaboradores cercanísimos que lo acompañaron en sus recorridos por todo el país, aunque se conjetura que algunos de ellos cobraron en dependencias del gobierno de la capital del país, como si laborarán en ellas, conocidos como “aviadores”.
Su verdad histórica es que vivió de la venta de sus libros, que no son ningún betseller que digamos, como para obtener regalías por esos montos. Es decir, durante años, López Obrador tuvo ingresos por 600 mil pesos cada 12 meses, sin pagar un solo centavo de impuestos, varios años, delito que se conoce como evasión fiscal.
La otra entrada de dinero que tenía el ahora titular del ejecutivo federal, tal vez esté registrado en varios tomos o ejemplares de “La Biblia”, semejantes a la edición que maneja su hermano Pío, que se mostró a través de videos cuando recibió más de millón y medio de pesos por “aportaciones” de parte del entonces funcionario chiapaneco David León.
Emolumentos de origen incierto y, tal vez, de procedencia ilícita, que sirvieron para pagar gasolina, pasajes de avión, hospedaje, alimentación, etcétera para Andrés Manuel y acompañantes.
Y cuando fue jefe del Distrito Federal decidió reservar la información sobre el costo y proceso mediante el cual se realizaron los segundos pisos. Método que, ahora, al frente se la primera magistratura ha recuperado y extendido a sus obras de infraestructura emblemáticas y, recientemente, a la adquisición de las vacunas contra el Covid-19.
Es esta proclividad de López Obrador a esconder el uso y destino de los impuestos que pagamos los mexicanos, la que explica por qué quiere desaparecer al Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI), entre otros organismos autónomos.
Hasta el momento, su gobierno no ha presentado un informe claro y pormenorizado, constatable, de sus programas sociales a adultos mayores, jóvenes construyendo el futuro, sembrando vida, etcétera que desmientan las innumerables denuncias existentes sobre irregularidades en el manejo de los recursos.
Mientras no entregué cuentas claras y precisas de cómo ha gastado el dinero de los mexicanos, en todos los rubros, poco valor tienen afirmaciones como la siguiente:
“Si nosotros actuamos con rectitud y cumplimos con nuestra responsabilidad, tenemos que respetar y hacer respetar las leyes y la transparencia es una regla de oro de la democracia, entonces, ¿para qué tener un aparato administrativo, costoso, si el Gobierno está obligado a informar y a transparentar todo lo que hace?”
La verdad es que la opacidad es la muñeca fea que el gobierno esconde para que nadie la vea, porque al salir a la luz se vería el rostro corrupto del cuatroteísmo.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
Bien puede ser el lema de la actual administración: no hay que ser dramáticos, nosotros sólo somos responsables del cargo, no del encargo.