Cuando un gobierno y el partido que lo llevo al poder se la viven en tribunales y hacen del escándalo su modus operandi, lo único que generan es desconfianza de la población hacia quienes conducen los destinos de un país, por su poco o nulo apego a la ley y su irrefrenable deseo de ver satisfechos sus caprichos políticos y personales de inmediato.
Esta falta de respeto al marco jurídico y ético que ha venido cometiendo el presidente Andrés Manuel López Obrador y el morenismo en su conjunto les vino a estallar en la cara en días recientes, durante los prolegómenos de la jornada electoral de mitad de camino.
Y no es porque sus adversarios lo hayan programado de esta manera. En realidad, las urgencias presidenciales por dejar sentadas las bases de su proyecto, lo han llevado a cometer pifias de toda índole, con tal de ponerse por encima de la Constitución.
Obnubilado por los millones de votos que recibió en 2018, López Obrador perdió de vista que la sabiduría del pueblo -los 60 millones de ciudadanos que no sufragaron en su favor- y del Constituyente permanente, quedó plasmada en reglas precisas, encaminadas a no otorgar todo el poder al ejecutivo; normas que siguen vigentes y algunas de las cuales su movimiento impulso y logró que quedaran plasmadas.
Calificar de seudodemócratas a las autoridades electorales y a los organismos autónomos, sólo refleja la maledicencia presidencial en sus intentonas -él sí- por subvertir el orden jurídico existente, con triquiñuelas legaloides. Ejemplo que ha cundido entre su claque y los ha llevado a cometer actos de inmoralidad, que la sociedad no ve con buenos ojos.
Así hemos visto en días recientes, cómo el cuatroteísmo vive una de sus etapas más oscuras y que pueden marcar su derrotero en las próximas elecciones, por el hecho de que muchos de sus integrantes y candidatos a cargos de elección se han pasado la Cartilla Moral -los mandamientos dictados por su líder- por salva sea la parte.
Sin propuestas concretas para enfrentar las crisis económica y sanitaria que vivimos los mexicanos, lo único que distingue a los candidatos de Morena de los otros contendientes son los testimonios públicos sobre violencia de género, abusos sexuales, vínculos con el narcotráfico, uso de recursos públicos en campañas e insultos a sus adversarios.
Actos y declaraciones que denigran a quienes los cometen o las hacen y nos muestran el rostro más primitivo y menos presentable de los políticos del cuatroteísmo y que, sin embargo, no han merecido la condena de primer mandatario. Estigma difícil de eliminar a través de la verborrea bolivariana.
Son sus huestes las que con estas conductas golpean, denigran y conspiran contra la democracia, demostrando que, en efecto, son inmoralmente superiores al resto de los mexicanos.
La designación de Félix Salgado Macedonio y Raúl Morón como dirigentes estatales de Morena en los estados donde habían sido nominados como candidatos a los gobiernos de Guerrero y Michoacán, respectivamente, además de ser premio de consolación, confirman que López Obrador y Morena dan pena ajena.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
En menos de una semana, el amor de Andrés Manuel López Obrador hacia Carlos Slim se convirtió en rencor, al acusar a Telmex-Telcel, entre otras compañías telefónicas, por ser -según su percepción- los instigadores de que el INAI haya decidido llevar a cabo una acción de inconstitucionalidad en relación con la creación del Padrón Nacional de Usuarios de Telefonía Móvil.