Las declaraciones del presidente Andrés Manuel López Obrador durante la semana pasada ponen de manifiesto el elevado disgusto y descontrol que le causaron los resultados electorales, que habrían quedado muy lejos de sus expectativas, sobre todo por lo ocurrido en la Ciudad de México.
De un lado, todo comedido, amistoso y cordial con la vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, y con el sector empresarial mexicano a los que, por obvias razones, no puede hablar golpeado, a menos que quiera echar por la borda su proyecto sexenal.
Por el otro, parece decidido a romper lanzas con los alrededor de 70 millones de ciudadanos que le negaron el voto a su partido, Morena, que si bien ganó 11 gubernaturas, perdió la mitad de la capital del país y tampoco podrá hacer cambios constitucionales a capricho.
Si bien no se le podría tachar de totalmente faccioso, si de doblez o de personalidad bipolar: acomodaticio -para decirlo de manera suave- con los factores reales de poder e intolerante con aquellos que no comparten sus puntos de vista.
Con la representante del gobierno , hasta se dio el lujo de aceptar que ya está “chocheando”, por el lapsus linguae al cambiarle cargo y nombre, olvidando las acusaciones de injerencista al vecino del norte, previo a la jornada electoral.
Con los hombres de negocios del país, López Obrador, finalmente decidió salir del búnker de Palacio Nacional para reunirse con ellos y prometerles que no habrá nuevos impuestos, a cambio de que, por fin, hagan efectivas las inversiones comprometidas con anterioridad y realicen otras adicionales.
La extraña manera que tiene el mandatario mexicano de expresar su felicidad por los logros electorales alcanzados por el cuatroteísmo es de antología. La dicha que lo embargaba se reflejó en el endurecimiento del discurso, con epítetos que alcanzan a la casi totalidad de sus colaboradores, empezando por el mismo.
Haberse metido en un pleito con las clases medias por tener aspiraciones, con la pretensión de quitárselas, de antemano lo tiene perdido, pues él mismo es ejemplo -y no el mejor- de esa humana búsqueda de mejorar las condiciones de vida, como lo demuestra la evolución económica de su propia familia.
En el fondo la severa critica a estos sectores busca polarizar más a la sociedad, como una forma de acallar la incipiente insurgencia que se dejó sentir a la hora de acudir a las urnas. Rebeldía contra el predominio presidencial en la toma de decisiones y en favor de un mayor equilibrio entre poderes.
Tener que dialogar y negociar para el titular del ejecutivo es de lo más difícil, por lo que considera como insurrección electoral la nueva composición de la Cámara de Diputados, justo cuando parece que las dificultades económicas van quedando atrás.
De ahí el torrente de críticas de López Obrador a las clases medias, donde Morena tuvo los más grandes retrocesos en cuanto a captar las preferencias de los votantes, a grado tal de estar dispuesto a aliarse con su supuesta némesis: el PRI, al que identifica con corrupción.
Así, la doble cara que el primer mandatario mostró en la pasada semana, confirma que es un mito la superioridad moral de la administración y que con tal de obtener más poder está dispuesto a seguir la máxima calderoniana: “haiga sido como caiga sido”.
EFECTO DOMINÓ
230 mil muertos oficiales y contando, próximos a cuatro veces la cifra catastrófica de Hugo López Gatell. ¿Exitosa estrategia?
@Edumermo