La reunión de alto nivel que llevarán a cabo los gobiernos de México y Estados Unidos en Washington, el próximo 9 de septiembre, no viene fácil. La existencia de aristas en las ramas automotriz, laboral y agropecuaria conlleva dificultades serias; pero los puntos más filosos se encuentran en el campo energético y en los asuntos ambientales.
Todo lo anterior se encuentra enmarcado por la indefinición de una política migratoria entre ambos países, donde la urgencia para contener el flujo de personas deseosas de llegar a los EEUU ha puesto en predicamento a las administraciones de Joe Biden y de López Obrador.
Conservarse como el primer socio comercial de una de las principales economías del mundo, gracias a la cercanía geográfica, es un desafío a la imaginación y capacidad del gobierno mexicano que, hasta el momento, no ha dado muestras suficientes de contar con esos elementos.
Atenerse a los potenciales beneficios aleatorios por la exorbitante inversión pública norteamericana en infraestructura, como lo ha casi bendecido el presidente Andrés Manuel, sólo refleja la estrechez de miras de un gobierno basado en donaciones y apoyos externos, más que en la definición de una política económica propia.
No debería extrañarnos este comportamiento, si tomamos en consideración que al mandatario mexicano le gusta vivir y ha vivido de “aportaciones”, de “pasar la charola” y de cooperaciones “voluntarias” que, en lo que va de su administración, han proliferado como hongos en temporada de lluvias.
En los tiempos actuales, de globalización y competencia descarnada, promover el “tequio” en los tratos comerciales entre naciones y bloques económicos implica abandonar, así sea parcialmente, las leyes del mercado y, por ende, correr el riesgo de repetir la historia de siempre llegar tarde a las oleadas de crecimiento.
El método escrupuloso seguido por las autoridades estadounidenses para que México cumpla a cabalidad con compromisos y obligaciones derivadas del Tratado de Libre Comercio (T-MEC), coloca a nuestro país en una situación desventajosa, en tanto no satisfaga a plenitud los requisitos suscritos.
En este marco se tendrá el encuentro entre las delegaciones de los dos socios y vecinos. De nueva cuenta veremos como la parte norteamericana privilegia sus intereses económicos por encima de cualquier otra consideración; la donación de millones de vacunas responde a esa lógica, más allá de que en México, se quiera ver como un gesto harto amistoso.
Si bien es urgente para ambos mandatarios obtener resultados inmediatos, que les ayuden a mitigar posibles brotes de descontento, queda la interrogante de si Marcelo Ebrard y Tatiana Clouthier ¿llevan en la valija diplomática los elementos suficientes para impedir los bloqueos y sanciones a los productos mexicanos para ingresar al mercado de Estados Unidos?
Su rol de “corcholatas” en este diálogo tiene sus pros y contras en cuanto a su futuro político; también tendrá repercusiones en el propósito de seguir siendo el principal socio comercial de Estados Unidos y en los potenciales beneficios de una expansión de su economía.
La apuesta de López Obrador al tratado comercial con Estados Unidos y Canadá como piedra de toque para que México pueda crecer, debe ir aparejado de la distancia que debe poner a sus tentaciones bolivarianas, salvo que quiera que Biden lo parafraseé y le espete: “tenga su T-MEC”.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
Algo se está cocinando en los untuosos pasillos y oficinas de Palacio Nacional, a donde hoy concurrieron los secretarios de Gobernación, Adán Augusto López Hernández, y de Bienestar, Javier May Rodríguez, así como el fiscal General de la República, Alejandro Gertz Manero, para entrevistarse con el presidente López Obrador.
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