Por iniciar la segunda mitad de su gestión, el presidente Andrés Manuel López Obrador pasó de su anhelo inicial de ser reconocido por la historia como un gran mandatario a tratar, por todos los medios posibles, de no ser un ejecutivo federal mediocre.
Esta especie de confesión involuntaria del tabasqueño, debería de inquietar a sus correligionarios, pues es indicativa de que avizora un futuro poco halagüeño para el cuatroteísmo.
De hecho, es la aceptación –a regañadientes-, de las dificultades reales para cumplir las promesas hechas a la población de un futuro luminoso durante su mandato. También implica el reconocimiento del elevado nivel de ineficiencia mostrado hasta ahora por sus más cercanos colaboradores, reflejado en la inoperancia cotidiana en la administración pública federal.
Así, los sueños de grandeza parecen irse diluyendo conforme se aproxima el segundo tramo de su gobierno, sobre todo por la nueva correlación de fuerzas existente en el Congreso de la Unión, en donde se ven poco probables las reformas de fondo, necesarias para garantizar larga vida a su movimiento.
El cáncer de la corrupción sigue presente, no ha sido posible erradicarlo y, de acuerdo con datos de organismos especializados en el tema, no sólo le fue imposible extirparlo, sino que empieza a extenderse en el cuatroteísmo, inclusive entre algunos personajes cercanos al primer mandatario.
La pandemia, es cierto, frenó los ímpetus transformadores de la actual administración. Pero fue más allá: mostró las severas limitaciones en la gestión y en la gobernanza para hacer frente a las crisis sanitaria y económica provocadas por el Covid-19.
Además del elevado número de decesos por coronavirus, cuya tasa de mortalidad en México es de las más altas del mundo, se registró el incrementó de la pobreza entre millones de habitantes y se agudizaron las desigualdades, sobre todo en las zonas urbanas.
La miopía con la cual se manejó el gasto público, privilegió las obras insignia del lopezobradorismo, en lugar de canalizarlas al sector salud, en donde la falta de medicamentos ya se volvió un mal endémico en la presente administración. Error que se mantendrá inalterado los próximos tres años.
Y así podríamos seguir enumerando los yerros cometidos por el gobierno actual, cuyos costos económicos y sociales por menospreciar la capacidad apenas se empiezan a dar a conocer.
Realizar un comparativo de los efectos perniciosos de la corrupción y los causados por la ineficiencia en el quehacer gubernamental, sería bastante ilustrativo de lo costoso que resultan para las finanzas públicas y personales ambos fenómenos.
¿Necesita López Obrador aumentar la beligerancia hacia sus opositores, como fórmula para ocultar la inoperancia de su gobierno?
Todo parece indicar que así lo considera él, pues desde los resultados electorales de junio pasado, busca en todos lados nuevos molinos de viento a los cuales enfrentarse. Ese comportamiento machista, le permite mantener al presidente su popularidad, pero no le da eficiencia a su gestión.
De no llevar a cabo un cambio sustancial en su forma de gobernar, López Obrador estará más cerca de ser recordado por su limitaciones que por sus aciertos. Grandeza o mediocridad están en el horizonte.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
La delincuencia organizada y el narcotráfico han sentado sus reales mayormente en las zonas costeras del país, donde actualmente la mayoría de los mandatarios estatales son de Morena. ¿Habrá cambios de fondo?
@Edumermo