*Fotografías artículo: Arturo López / Secretaría de Cultura
El mexicano, un ente que se nutre de la desgracia, acaso de la propia. El humor como arma para enfrentar la desgracia del mexican dream, una epopeya plausible del tercer mundo. Como dijera uno de nuestros más grandes intelectuales, Octavio Paz, sobre las máscaras mexicanas: de pronto el humor se entrelaza con la vida cotidiana. De éste, lingüísitcamente brota el albur, la sátira negra, el chiste amargo, la burla a la muerte.
Inherente para la cultura del nopal y la serpiente, en ninguna otra tierra como en nuestro México lindo y querido la reticencia y la burla más que ser un lubricante de las situaciones difíciles es un contexto. Cuando un fotógrafo encuadra la realidad mexicana, por ejemplo, en un collage, el mexicano debe salir riendo: aliciente sonrisa, curvada la boca.
Hoy, el cine mexicano no es lo que solía ser. Ya no hay buen cine mexicano porque la barra la elevaron alto los viejos cineastas de pelo relamido que, más que cineastas, aportaron su fragmento al inmortal óleo que fue la Época de Oro del cine mexicano. Leguas atrás queda el talento de nuestros días en contraste con lo que vemos en seis o siete escenarios y elencos de no más de 20 personas como en Ahí está el detalle (1940) del director Juan Bustillo Oro, o la mexicana Los olvidados de Luis Buñuel.
Como se señala más adelante en este artículo, se cree que las sexicomedias mexicanas de los setenta y ochenta fueron la quimioterpia que prolongó la muerte del largometraje mexicano que se hacía para atrás de los sesenta. Hoy, de miles de producciones realizadas en los pasados 25 años se salvan pocas: a mi gusto Güeros (2014) de Alfonso Ruizpalacios, Y tu mamá también (2001) de Alfonso Cuarón, Amores Perros (2000) de Alejandro González Iñárritu, y Cronos (1992) de Guillermo del Toro. Los tres últimos directores de cine han emigrado. El cine bueno ha emigrado.
Rumor: Cantinflas en ocasiones rodaba sin guion —sólo con su elocuencia divertida—. El genio logró protagonizar algunas de las mejores películas jamás realizadas. Humor y cine, ¿dónde quedó el talento? El mexicano contemporáneo lee el TV Notas y Récord. Lo demás ya no importa. Espera el estreno de una telenovela que satisfará su espíritu aspiracional porque de nuevo un ser de una clase social baja triunfará entre la élite adinerada. La pauta del humor moderno en el cine mexicano la marca el chusco sinsentido como el que fue la millonaria producción Nosotros los Nobles, la película más taquillera de nuestro país. Así el reflejo de nuestro interés efímero, embobado en la utopía de ser rico y poderoso. El morbo, el sexo; nada vende más. El humor inteligente en el México de hoy es el muerto mal enterrado que confundimos con un borracho dormido en un cementerio. Ya no está.
Entre tanta veracidad y especulación, surge un hálito que más bien es un grito de nostalgia. La muestra ¿Actuamos como caballeros o como lo que somos?¹ hilvana algunos rastros de la verdadera época del cine de humor mexicano, el largometraje ocurrente, las series que conquistaron por décadas la televisión mexicana, de toda Latinoamérica, y más allá (como el Chavo del Ocho, atinada representación de la sociedad mexicana de clase media baja y la vida en vecindad). Por otro lado el cartón o caricatura que surge como expresión política.
La muestra mencionada es relevante —relevantísima. ¿Por qué? Cedo al lector el fabuloso texto de Eduardo Huchín Sosa publicado en su blog Tediósfera, donde explica la riqueza insólita de los años buenos pero perdidos de lo que veremos en dicha exposición:
Nota: el cortometraje mexicano es clímax de otro texto y no del presente.
«— ¿A quién se le ocurrió la idea de una exposición sobre el humor en México?
José Antonio Valdés Peña, subdirector de Información y Proyectos Especiales de la Cineteca Nacional, carraspea antes de responder:
— A César Costa.
¿De qué se trataba esto? ¿Era una punchline? Todo indicaba que no y, sin embargo, la mera mención al exprotagonista de Papá soltero y exconductor de La carabina de Ambrosio parecía ser algo más que una curiosidad periodística. Una vez que has compartido créditos con Chabelo, Beto el Boticario, la Pájara Peggy y Pocholo, cualquier actividad que realices resulta congruente con tu trayectoria. Que alguien como César Costa haya promovido esta muestra habla tanto del humor en México como la minuciosa memorabilia que conforma ¿Actuamos como caballeros o como lo que somos?, que estará abierta al público hasta el 18 de octubre de este año.
Enfocada en el cine, la muestra —al cuidado de Rafael Barajas el Fisgón y Antonio Valdés Peña— es menos una celebración de cierta época de oro y más un ensayo sobre la manera afortunada en que una industria logró aglutinar géneros dramáticos, personajes arquetípicos y tensiones sociales de distintos momentos para retratar la idiosincrasia de un país. En ese sentido funciona también como una apretada historia del humor en México, dado que el ascenso y la caída de la comedia en la pantalla grande solo puede entenderse en relación con los cartones de Posada, las caricaturas del Chango García Cabral, la zarzuela, la revista Frivolidades o El Periquillo Sarniento.
La muestra abre con las primeras manifestaciones del humor de la Nueva España, no ajenas a los propósitos de la evangelización, y cierra con la comedia urbana del siglo XXI, demasiado interesada en las angustias de la clase media y alta. En esos cinco siglos se desarrollaron las más diversas expresiones humorísticas que, con el arribo del cinematógrafo, encontraron abrigo en las películas: la pastorela y las historias iconoclastas de Buñuel, el teatro de revista y la carpa de donde surgieron algunos de los más grandes comediantes del país, los personajes del pelado y el hijo de papi, la comedia ranchera y el género policiaco con tintes de humor negro, las arengas antigobiernistas de Jesús Martínez Palillo y los inofensivos guiones de Chespirito. No se trata, sin embargo, de un estridente conjunto de figuras cómicas, salpicado con citas de Monsiváis o testimonios de la época, sino más bien de una historia que no puede contarse sin apelar a la diversidad, al «caos controlado» con el que Paul Johnson definió el ejercicio del humor.
Dos secciones me parecen sobresalientes:
En primer lugar, la dedicada a aquellos cómicos de acompañamiento —Medel, Chicote, Mantequilla, Pulido— y algunos otros que terminaron siendo opacados por las grandes estrellas, y cuya presencia sirve de contraste a las secciones de Cantinflas, Tin Tan y Joaquín Pardavé, la santísima trinidad que ocupa el centro mismo de la muestra. Ese recorrido permite apreciar un portentoso batallón de actores secundarios, comediantes injustamente olvidados y personajes perdidos entre los cientos de reposiciones televisivas. También es de agradecerse el espacio destinado a las mujeres, que durante décadas fueron relegadas a papeles sensuales o melodramáticos. La sola mención de Vitola podría servir para desmentir esa extraña idea de que no había actrices cómicas de valía, pero el esmerado recuento de otros muchos nombres ofrece un panorama digno de tomarse en cuenta: Amelia Wilhelmy y , Prudencia Grifell y Sara García, Niní Marshall y Leonorilda Ochoa, Dolores Camarillo y Consuelo Guerrero de Luna. Para los que no tengan idea de quiénes son estas actrices está el apartado La liga de las muchachas depara inmensos placeres.
La otra apuesta, menos espectacular, fue disponer un espacio para las sexicomedias de los años setenta y ochenta. Valdés Peña admite que el cine de ficheras terminó siendo un capítulo incómodo para los curadores: si bien ha sido a menudo condenado como síntoma de una industria moribunda que no supo afrontar el éxito de la televisión, se trató también del último género realmente popular de nuestro cine. El gesto de indecisión y el discreto lugar que ocupan en la muestra corroboran que hace falta mucho para reencontrarnos, sin desdén, con las películas del Güero Castro, Alfonso Zayas o el Caballo Rojas.
En su clásico discurso a favor de la anarquía, María Eugenia Llamas dice la frase que mejor describe lo que sucede cuando intentas contener el humor: “Para qué me dejan sola si ya me conocen.” Si bien queda la sensación de que esta curaduría no es capaz de reproducir en toda su intensidad la explosiva experiencia original de cada pieza, también es cierto que el conjunto permite observar los vínculos entre películas, expresiones y personajes humorísticos que han hecho historia dentro y fuera del cine mexicano. Y lo más plausible: sirve para descubrir que todavía existen pequeñas joyas a la espera de una audiencia.»²
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¹ HORARIOS Y PRECIOS: del 18 de mayo al 18 de octubre de 2016. De martes a domingo , 12:00 – 21:00 hrs. $50 Entrada general, $30 menores de 25 años, estudiantes y adultos mayores, $30 Martes y miércoles.
² Huchín Sosa, Eduardo. “La risa en días hábiles” en Letras Libres, publicado el 7 de julio de 2016 y consultado el 3 de septiembre de 2016. [http://horizontal.mx/inarritu-las-enfermedades-de-la-modernidad/].