La fuerza moral y no de contagio del presidente Andrés Manuel López Obrador resultó intrascendente luego de que México rebasó el millón de personas contagiadas; tampoco han mostrado efectividad alguna el detente, el trébol de cuatro hojas y las estampitas ante el carácter indomable del coronavirus, que está próximo a contabilizar 100 mil mexicanos fallecidos.
El desapego a las recomendaciones de los organismos internacionales de salud mostrado por el primer mandatario y su vocero para el Covid-19, Hugo López Gatell, en realidad, ha significado que el gobierno lopezobradoriano esté “cucando” al virus, pues han servido de pretexto a muchos compatriotas para relajar o no atender las recomendaciones que eviten la permanencia prolongada del mismo.
Así, gobierno y sociedad, están empeñados en seguir adelante en su desafío al coronavirus, por lo que parecen inevitables sus efectos en la salud y la economía individual, familiar, colectiva y nacional. La soberbia con la que se ha actuado en poco más de ocho meses, más temprano que tarde pasará la factura a autoridades y ciudadanos irresponsables.
Seguir montado sobre la misma estrategia, ha dejado daños colaterales en importantes sectores de la población. El ejemplo más evidente de esta intención es la desaparición de los 33 mil millones de pesos del fondo de salud y de otros fondos públicos que lo más probable es que se destinen al rescate financiero de Pemex, en vez de utilizar tales recursos a un combate efectivo a los contagios, como la aplicación de pruebas de manera generalizada.
Hoy, el elevado número de contagios es la marca distintiva del Valle de México, no tiene una única causa para limitar la creciente movilidad social en lo que alguna vez se denominó “la región más transparente”; la infección es propiciada por la ausencia de civismo de sus habitantes y la falta de autoridad de los gobernantes.
La tardanza en aplicar de nueva cuenta el semáforo rojo, retrata la cortedad de ideas de la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, que con tal de no incomodar a nadie o causar alarma, en tiempos del “Buen Fin”, prefiere que quienes deambulan por la capital del país padezcan y paguen por su inconsciencia de no respetar las medidas sanitarias.
Pretender que la desaparición del Covid-19 se vaya a dar como por arte de magia, sobre todo cuando está próxima la temporada invernal, no sólo demuestra falta de planeación e imaginación para diseñar políticas, también refleja desprecio por los ciudadanos, tal y como ocurrió con la población indígena de Chiapas y Tabasco ante las inundaciones.
No es tarde para decretar la contingencia sanitaria en donde sea necesario; es buen tiempo para aplicar de manera extraordinaria una “alerta de salud” y extremar medidas, aun cuando se presenten reacciones de rebeldía de algunas personas.
Si para el subsecretario de Salud, López Gatell es intrascendente un millón de contagiados, también debería reconocer la fatuidad de la fuerza moral y no de contagio que parece haber descubierto en el titular del ejecutivo federal.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
Sobre el Covid-19, López Obrador considera “autoritario y de mano dura” el obligar a las personas a usar el cubrebocas o limitar su libre tránsito como medida de contención del virus; el comportamiento de los mexicanos “ha sido ejemplar” ante la emergencia sanitaria y hoy existe la garantía de que nadie se queda ni se quedará sin atención médica en virtud de que hay camas disponibles, médicos y ventiladores.
Esto parece una invitación a contagiarse.