Fiel a sí mismo, el aún mandatario estadunidense, Donald Trump, se “tropicalizó” y siguiendo el método latinoamericano pretende desconocer la voluntad de los ciudadanos de su país, con tal de mantenerse en el poder, para lo cual no le importa recurrir a acciones de fuerza, ni poner en riesgo la vida democrática que se han dado los norteamericanos.
Con el pretexto del fraude electoral, al darse a conocer que no obtuvo el respaldo necesario de los norteamericanos para continuar al frente de los Estados Unidos de América, ha cometido actos de baja estofa tratando, mediante presiones para que, de manera ilegal y subrepticia, se le acreditaran votos que no había obtenido.
En su locura, instó a simpatizantes radicales a impedir que el colegio electoral calificara la elección y confirmara el triunfo de Joe Biden a la presidencia. La asonada promovida por Donald Trump parece no tendrá el éxito esperado, ya que hasta los más cercanos colaboradores del saliente mandatario han tomado distancia de su megalomanía.
Las escenas del intento de asalto al Capitolio nos remiten a pasajes vividos en naciones de América Latina y el Caribe, donde las tendencias golpistas, ya sea de derecha o de izquierda, han dejado huella en la historia de nuestras naciones, en demérito de la democracia.
El desprecio por el orden jurídico, la intolerancia como forma de gobierno, el engaño y la mentira para ocultar el desastre administrativo, buscapleitos internos y externos, boquiflojo hasta el aturdimiento, Donald Trump dividió a sus connacionales y generó desestabilización a nivel internacional.
Haber incitado a sus huestes a impedir por la fuerza el trabajo del colegio electoral estadounidense, muestra el talante de quien a lo largo de su vida se ha desentendido de las leyes y exhibe su nulo respeto a la institucionalidad.
A pesar del llamado de colaboradores y adversarios a controlar a sus simpatizantes, el mandatario -que podría ser destituido antes de que termine legalmente su periodo- justifica la violencia de los manifestantes en el Capitolio, con declaraciones propias de quien ha perdido los estribos: “esto pasa cuando una victoria electoral sagrada y aplastante es despojada de manera brutal”.
Este episodio oscuro en la vida democrática de Estados Unidos debe servir al análisis de las variadas circunstancias que lo produjeron. Tomará tiempo conocer las motivaciones profundas que le dieron origen y cuáles serán los caminos que adopten los estadunidenses para superarlo.
Entre las lecciones que nos dejan a los mexicanos estos acontecimientos debemos verlas a la luz del proceso electoral de mitad del camino en el que estamos inmersos, sobre todo cuando vemos que el modelo seguido en los últimos años y que posibilitó la alternancia en el poder, se encuentra bajo asedio de parte del poder ejecutivo.
Las continuas descalificaciones a las autoridades electorales y a los opositores al régimen, así como las intentonas por empobrecer y enmudecer a los demás contendientes, son malos augurios para el sistema político y para la tranquilidad de los mexicanos.
El protagonismo presidencial, no es únicamente a través del discurso-evangelio que a diario pronuncia el presidente Andrés Manuel López Obrador; también es el uso tiempista y propagandístico que hace de sus programas sociales y de la justicia.
De ahí que los mexicanos no debemos desestimar un escenario similar al que hoy se vive en Estados Unidos, en caso de presentarse un resultado desfavorable para el cuatroteísmo en las elecciones de junio, sobre todo si llega a perder la mayoría en el Congreso.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
Ni duda cabe de que los habitantes de este país contamos con una diligente Fiscalía General de la República; bastó que el presidente López Obrador dijera que ya era tiempo que se ventilara el caso de Emilio Lozoya, para que Alejandro Gertz Manero diera a conocer que, a partir de la próxima semana, se judicializará el asunto. Es decir, se ha diligenciado en los términos de la ley y, por supuesto, sin tener en cuenta los tiempos electorales.