Destemplado por el informe de la Auditoría Superior de la Federación, en donde exhiben cochupos y mala administración de los dineros del pueblo bueno y sabio, al presidente Andrés Manuel López Obrador le dio la pasada semana un ataque de bravuconería y se lanzó contra moros y cristianos, para impedir que se conozcan detalles de su turbia gestión.
Cómo se ha dado cuenta que los otros datos ya no le alcanzan, se inventa nuevos molinos de viento con los cuales luchar y, así, presumir a sus huestes que defiende los intereses de la nación, cuando en realidad quiere ocultar las irregularidades por 67 mil millones de pesos en su primer año, y las pérdidas netas de Pemex y la CFE, que en dos años suman alrededor de un billón de pesos.
A la propia ASF -que en su opinión se autodestruye- la que acusa de dar elementos para que sus críticos se den un festín, por señalar la ineptitud y, tal vez, corrupción en el manejo de los recursos públicos de sus obras insignia y sus programas sociales. Sin embargo, no ha aclarado si ya se saldó el adeudo con los tenedores de bonos, que se estima en 4,200 millones de dólares, por cancelar el aeropuerto de Texcoco.
A los conservadores de siempre, los machuchones, y a la prensa crítica, los llena de nuevos epítetos y les quiere dar lecciones de cómo hacer su trabajo, para que se pliegue a sus caprichos. Y no conforme, el jefe del ejecutivo ha decidido comprar bronca con nuevos sectores, ampliando su abanico de adversarios reales o ficticios
Ahora López Obrador la emprendió contra abogados, llamándolos traidores a la patria, por defender a sus clientes, algunos extranjeros, de las medidas autoritarias de su gobierno.
También rompió lanzas con el sector de la construcción, acusando a sus integrantes de corrupción y por eso prefiere que el ejército edifique sus obras, aunque después les vaya a tener que pedir frías para sus proyectos de infraestructura que, por más anuncios, reuniones y acuerdos no terminan de materializarse.
Y ya encarrilado y desbocado, no sólo se fue contra la Organización de las Naciones Unidas, a la que le endilgó el apelativo de florero -propio de muchos integrantes de su gabinete-, porque no llegan las vacunas antiCovid como él quiere.
Ante su fracaso por no actuar a tiempo y adoptar la política de Elecktra, de plazos largos y abonos chiquitos para la adquisición de antivirales y otros medicamentos, quiere trasladar la responsabilidad a la ONU y -como es su costumbre- lavarse las manos por su falta de previsión ante la pandemia de coronavirus.
También arremetió contra el gobierno de Estados Unidos por demandar seguridad a sus inversionistas, en especial en el sector eléctrico.
Como el país vecino ya le hizo saber que difícilmente estará de acuerdo con su nueva Ley de la Industria Eléctrica, López Obrador se envolvió con la capa de su rancio nacionalismo, y aseguró que su gobierno no se involucra en las decisiones de otros países para evitar que ellos hagan lo mismo con México.
Pero su argumentación de soberanía flaquea ante la imposibilidad de poder garantizar empleo a las nuevas generaciones, por lo que pedirá frías a Joe Biden y le propondrá al mandatario estadounidense la versión 2.0 del Programa Bracero, para que reciba entre 600 y 800 mil trabajadores mexicanos cada año, para que crezca la economía norteamericana y, con ello, que arrastre a la mexicana.
Pero no sólo eso, de acuerdo a su arraigada costumbre, pediría -¿limosnear?- a su homólogo norteamericano que le preste vacunas antiCovid mientras le llegan las que supuestamente ya contrató, pero no ha terminado de pagar.
Cuando estaba en campaña para alcanzar la primera magistratura del país, López Obrador decía que el presidente de la República debía ser un estadista, que velará por los intereses de todos los mexicanos y no únicamente de ciertos sectores o del partido político en el poder.
Las recientes baladronadas en las que ha caído el primer mandatario, muestran que no alcanza la categoría propia de un jefe de Estado, sino la de un pendenciero ramplón.
Aunque no es lo mejor, ojalá que el modo bravucón en el que se encuentra López Obrador sea pasajero, debido a la cercanía de las elecciones de junio. México y los mexicanos estamos en grave riesgo y más si persiste en esa actitud.
He dicho.