Las sensaciones de que no existe certeza alguna y de ningún tipo para nadie o de que puedes morir en cualquier momento, o bien de que no hay posibilidades de un futuro viable son los saldos que, hasta el momento, deja la incapaz gestión de López Obrador.
Poco después de dos años de la administración lopezobradoriana, donde la confrontación suple al diálogo y el entendimiento, donde los caprichos tienden a volverse leyes, con un ejecutivo y un legislativo envalentonados, pero absolutamente negados para garantizar seguridad a personas y bienes, salud y opciones de desarrollo a la mayoría de los mexicanos, ganan terreno la desazón y el miedo. Sentimientos que van más allá de la improvisación de funcionarios y malas decisiones como común denominador.
La arbitrariedad que transpira la mal llamada transformación cuatroteísta, mina cualquier posibilidad de acuerdos; de los pocos convenidos, casi ninguno se ha concretado a cabalidad, como ha quedado de manifiesto con los anuncios de inversión en infraestructura.
Lejano de muchas de las demandas sociales, López Obrador ha sido particularmente indiferente hacia la difícil situación que viven las mujeres en los años recientes. Violentadas, abusadas y asesinadas como nunca antes, no encuentran solidaridad alguna de la máxima autoridad; al contrario, son estigmatizadas por la lucha que llevan a cabo para defender su derecho a una vida digna y sin miedo a morir.
De igual manera, el desdén y menosprecio para el medio millón de mexicanos muertos por Covid-19 y otras enfermedades por falta de medicamentos, se patentizó con la siembra de un escuálido arbolito en Palacio Nacional, como si con eso se saldara la deuda con ellos y sus deudos. A la fecha, no existen elementos que permitan pensar que la pesadilla actual tendrán pronto fin. Si bien nos va, la vacunación de 80 millones de alcanzará a fin de año, pues el presidente López Obrador estima que a la semana se podrán vacunar poco más de un millón de personas, aunque según sus otros datos en julio podría alcanzarse esa meta. Para lograrlo, se necesitarían 160 millones de vacunas, si se toma en consideración que casi todos los antivirales aprobados son de doble aplicación, lo que significaría que solo una tercera parte de la población estaría inoculada.
Las cifras sobre los millones de compatriotas que como consecuencia de la pandemia y de la falta de respaldo oficial han perdido su empleo, no le quitan el sueño al primer mandatario que ya está pensando en su jugosa jubilación cuando deje el cargo, aún cuando sea en UMA’s y no en salarios mínimos. Está demás señalar que desde la lujosísima austeridad palaciega, incluido el gobernador-mayordomo para atender sus ingentes necesidades, la investidura presidencial no resiente el drama de los otros millones que caerán en la pobreza, que sus dadivas no alcanzan a subsanar.
Los vellocinos de oro que, en sus extravíos, López Obrador ve en la refinería de Dos Bocas, el Tren Maya y el aeropuerto de Santa Lucía, difícilmente compensarán el sexenio perdido en los niveles de vida de los mexicanos. Ni el desazón ni el miedo que los denominados servidores de la nación quieren sembrar, garantiza que la transformación cuatroteísta pervivirá. He dicho.
EFECTO DOMINÓ
Algo anda mal en las cuentas alegres de las vacunas.
El presidente dice que se han destinado 40 mil millones de pesos en la compra de antivirales, sin precisar cuántas dosis amparan y cuando apenas han llegado al país alrededor de 7 millones de dosis. Al parecer saldrán mucho más caras a lo programado.
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