A confesión de parte, relevo de pruebas y las mañaneras son testimonio irrefutable de la profunda intromisión del presidente Andrés Manuel López Obrador en las campañas políticas de 2021. Al ejecutivo le valen los llamados de las autoridades electorales y ya reconoció que, en efecto, está participando en este proceso electivo.
De hecho, el propio mandatario aceptó, sin tapujos, que claro que sí está metiendo las manos, en su declaraciones del 11 de mayo. Y no sólo eso sus actitudes y declaraciones revelan que ha puesto el camión del gobierno federal completo a disposición del partido gobernante: programas sociales, servidores de la nación, súper delegados, y ya encarrerado la Fiscalía General de la República.
En los hechos, ya de plano se quitó la investidura y asumió el papel de prótesis completa para que el cuerpo tetrapléjico, esa masa amorfa que es Morena, pueda caminar. Sin la ayuda presidencial y del gobierno federal en su conjunto, el Movimiento de Regeneración Nacional seguiría siendo una entelequia.
Tan es así, que además de los que ya están en sus filas, tuvo que incorporar de última hora a dos mujeres priístas, purificadas morenista, para competir por las gubernaturas de Nuevo León y San Luis Potosí, ante la falta de cuadros. Pero como las nuevas adquisiciones no lograron la aceptación esperada, el chantaje y la amenaza son los últimos recursos a los cuales AMLO y su partido quieren apelar.
Método que, por paradójico que parezca, tiene muchas similitudes con las acciones que llevaba a cabo Porfirio Díaz para conservar y permanecer en el poder pero sin la perfidia de López Obrador.
Los señalamientos y anuncios de indagatorias sobre posibles actos indebidos cometidos por los candidatos de Movimiento Ciudadano, Samuel García, y de la alianza Va por México, Adrián de la Garza, en Nuevo León así lo dejan ver.
En cambio, sobre las actitudes irregulares de los abanderados de Morena en ese estado y prácticamente en toda la Republica, el primer mandatario no dice ni Pío, porque si él no los menciona es como si con ello dejarán de existir.
Tal vez por eso, en su lección de historia que también impartió, aceptó que ni la Revolución pudo acabar con el porfirismo. Y tiene razón, López Obrador después del movimiento armado de hace poco más de 100 años, México avanzó como péndulo, de izquierda a derecha hasta la llegada de la etapa del neoliberalismo, que él pretende aniquilar.
Lo significativo de su lucha radica en seguir los pasos de Porfirio Díaz, con el aditamento de lo que López Obrador denomina bienestar -una reedición del Estado benefactor de hace medio siglo-, cuyos ejes serían orden, sustentado en la militarización de la vida pública; progreso, con sus obras icónicas; y bienestar, vía dádivas.
El neoporfirismo que trata de esconder el tabasqueño requiere, sin embargo, que el ejecutivo federal se involucre, hasta las manitas, en los procesos electorales -al igual que don Porfirio-, a fin de alcanzar la mayoría en el Congreso que le garantice la ampliación de su mandato, y si el pueblo y el Creador así lo disponen, permanecer en la Presidencia de manera vitalicia.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
El 6 de junio de este años, nos dirá qué tanta razón tiene la secretaria de la Función Pública, Irma Eréndira Sandoval, cuando afirma que en México, la ciudadanía se está desarrollando muy rápido, incluso más velozmente que muchos de sus representantes y gobiernos.