Ayer, en su rutinaria mañanera, el presidente Andrés Manuel López Obrador mostró una nueva faceta en su papel de catequizador, como exorcista. Y estuvo a punto de exclamar: “dejad que la clase media venga hacia mí, porque de ella será el reino de la pobreza”.
El realismo mágico y místico que domina el pensamiento presidencial ha adquirido tales despropósitos que no conforme con el proceso de “purificación” con el que ha investido a las huestes del cuatroteísmo, desea trascender su misión evangelizadora bolivariana, para mostrar a los herejes del neoliberalismo las bondades de vivir con precariedad.
Él, que durante años vivió de las aportaciones de la gente, de donde salían los recursos para “mantener el movimiento y su sueldo”, sin precisar nunca montos ni pagar impuestos, hoy quiere que los mexicanos vivamos sin aspiraciones y adictos a las limosnas de sus programas sociales.
De ahí su llamado a construir una sociedad no materialista o aspiracionista, pues ésta podría justificar el fin sin importar los medios para conseguirlo. “El papá y la mamá del diablo es la ambición desmedida al dinero”, dijo, poco antes de continuar con la quema, en la pira pública de la santa inquisición cuatroteísta, para quienes aspiran a tener más de un solo par de zapatos.
Y para que no se pusiera en duda su estrategia de seguridad, de abrazos, no balazos, sostuvo que, si bien la mayoría de los homicidios que se cometen en el país están relacionados con la delincuencia organizada, también existen otro tipo de crímenes vinculados a intereses económicos y la ambición.
Obvio, a López Obrador se le olvidó mencionar a la “mafia de la ineficiencia”, que él encabeza, como una de las principales causales del medio millón de muertos, ya sea por homicidios dolosos, Covid-19, falta de medicamentos y miseria.
A ello deben sumarse los valores de omisión, indiferencia y desdén por las víctimas que hasta el momento ha mostrado su gobierno en su proyecto de buscar “una sociedad mejor, no materialista”.
Y vaya que lo está logrando. Durante lo que va de su mandato, 10 millones de mexicanos más se incorporaron a la pobreza. Sus medidas alternativas, que no constituyen una auténtica política social, ciertamente están encaminadas a que la gente no busque progresar a toda costa, sin escrúpulos morales de ninguna índole, sino a depender de la caridad pública, siguiendo su ejemplo.
A la par, su falta de apoyos a la clase media, conformada en buena medida por pequeñas y medianas empresas, propició el cierre de miles de negocios y una mayor concentración de la riqueza en cada vez menos manos, como lo revelan las estadísticas más recientes.
Por supuesto, el primer mandatario reconoció la importancia de los ingresos para una familia, pero insistió sobre la necesidad de vivir con dignidad y valores, que no nos obnubile el dinero; la felicidad no se trata de acumular bienes materiales, sino de estar bien con uno mismo, recalcó el tabasqueño desde la ostentosa austeridad de Palacio Nacional.
Es evidente que su intención para poner en ceros su marcador personal, López Obrador refrendó el compromiso de su gobierno para purificar la vida pública. Esta labor exorcizadora de López Obrador debería empezar por los ricachones y casa-tenientes de su administración y empresarios asociados a ella.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
América Latina es la segunda región con mayor desigualdad en el mundo después de África Subsahariana, donde México, Brasil y Chile, son los países con la concentración del ingreso más alta y, por lo tanto, de mayor desigualdad, de acuerdo con el Informe Regional de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
@Edumermo