Presumir que México no se le ha deshecho en las manos es, quizá, el mayor logro de la administración actual. Y no es tanto por los méritos gubernamentales, sino por la enorme capacidad de resiliencia de los mexicanos que, contrario a la visión oficialista, no ven ni disfrutan el país de las maravillas de la narrativa del presidente López Obrador.
Conforme pasan los días, el daltonismo del primer mandatario se agudiza y, ahora, únicamente ve todo color de rosa, aunque el medio millón de mexicanos que han perdido la vida en el último año y medio, gracias a las “exitosas” estrategias en materia de salud y seguridad, tiñan de guinda la realidad.
En el fantástico México del cuatroteísmo, el de los otros datos, nunca ocurre nada grave, como ocurría en los gobiernos anteriores, al menos en el discurso, porque cada vez son más los compatriotas que se encuentran imposibilitados de conservar los niveles de ingresos que tenían antes de la llegada lopezobradoriana.
El deterioro en la calidad de vida es casi universal en el país: alrededor de 10 millones de mexicanos entraron en pobreza y pobreza extrema, sin que las milagrosas remesas y los millones gastados en programas sociales pudieran compensar este proceso de pauperización.
Además del otro medio millón de empleos perdidos, sin que aún se puedan recuperar, a pesar de la promesa en abril del año pasado de que se crearían 2 millones para enfrentar la crisis, deben agregarse las decenas de miles de mexicanos que año con año se incorporan a la fuerza de trabajo y no encuentran donde ocuparse.
Los miles de negocios que cerraron, ante la falta de apoyos sólidos, también han quedado fuera de la verborrea presidencial que, a lo más que se atreve es a mencionar un vago proceso de recuperación económica, que aún está lejos de superar los principales indicadores existentes antes de diciembre de 2018.
Pero si algo distingue al gobierno de López Obrador es, justamente, su fallida política de salud que, en aras de castigar los supuestos y reales vicios existentes, desmanteló en casi su totalidad los mecanismos que había para garantizar el abasto oportuno y constante de medicamentos.
Y ni que decir de su estrategia para combatir el Covid-19, donde el deceso de más de 233 mil mexicanos –reconocidos oficialmente-, será la medalla aurea que porte con orgullo la inmaculada investidura presidencial, una vez que termine su mandato; trofeo que se ganó a pulso por nunca actuar a tiempo ni seguir las recomendaciones de los organismos internacionales de salud.
Otro premio que, sin duda, presumirá el presidente López Obrador corresponde a su política de “abrazos, no balazos” que junto, con los regaños y nalgadas de padres y abuelos de los delincuentes han arrojado paz, tranquilidad y gobernabilidad al país, como ha quedado demostrado con las masacres casi diarias que se vienen presentando después de la jornada electoral.
Ese México de fantasía que se propuso alcanzar López Obrador, ya lo logró: un país dividido, polarizado, donde la máxima “estás conmigo o contra mí” ya adquirió carta de naturalización; su sueño hecho realidad.
Puesto que el cuatroteísmo todo lo hace de manera espléndida, con prontitud y eficiencia, resulta inexplicable cómo con una aprobación de 87.4 por ciento, el proyecto de transformación perdió casi el 50 por ciento de los votos que obtuvo tres años antes.
El país fantástico y maravilloso que se contempla desde los balcones de un ostentoso Palacio Nacional amurallado, dista mucho de ser el mundo aterrador en el que viven millones de mexicanos, que ya no creen en la falsa esperanza de un México mejor.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
“No poseo ni aspiro a tener el monopolio de la verdad absoluta”, sostuvo el presidente Andrés Manuel López Obrador, durante su mensaje con motivo del triunfo electoral de hace un trienio. Quizá lo único cierto que dijo.
@Edumermo