Una de las características fundamentales del sistema político mexicano es la simulación, que da origen a otras como la maleabilidad ideología de la casi totalidad de los actores, las traiciones y el carácter franquicitario de los partidos.
Sin embargo, cada agrupamiento político presume la pureza de pensamiento y de sus militantes, aunque en la mayoría de los casos han pertenecido, cuando menos, a dos de ellos o, en su defecto, han colaborado con gobiernos de un signo distinto.
Hace casi un siglo que estas prácticas de la clase política cobraron carta de naturalización en México, con la fundación del Partido Nacional Revolucionario, que se propuso aglutinar a las distintas corrientes existentes en esos años, a fin de dar por terminada la etapa convulsa que siguió a la conclusión del movimiento de la Revolución Mexicana.
De esta forma, se hizo realidad el refrán popular: todo cabe en un jarrito, sabiéndolo acomodar, que se ha convertido en la máxima praxis política y de la cual unas cuantas familias se han apoderado para ejercer el poder, ya sea a nivel comunitario, municipal, estatal o nacional.
De aquella época sólo quedan dos sobrevivientes: el PRI y el PAN, cuya ortodoxia en principios y quehaceres fueron dejando de lado a militantes y grupos sociales que los apoyaban. Hicieron de la inmovilidad política su eje rector, y más que constituir su fortaleza, dieron cauce a estructuras y prácticas políticas que hoy son su principal debilidad.
Aunque se digan diferentes, los integrantes de la clase gobernante morenista no sólo quieren mantener el statu quo, sino que incluso están dispuestos a remasterizar el modelo del PNR, con la aspiración de conservarse en el poder por largo tiempo.
Los resultados electorales del 6 de junio y de la consulta popular del 1 de agosto, mostraron al primer morenista del país, Andrés Manuel López Obrador, que la pureza de su movimiento no es tal y que las simulaciones y traiciones se encuentran en el ADN de prácticamente todos los políticos mexicanos.
Las historias de vida de los principales líderes de Morena, incluyendo al propio primer mandatario lo confirman, por lo que, además del “corcholatazo”, ha decidido hacer ensayos para identificar infidelidades y, al mismo tiempo, conseguir aliados externos.
En primer lugar, logró impulsar la conformación de dos grandes bloques políticos: el suyo y el de sus adversarios, sin importar las afinidades ideológicas, sino la ambición por mantener o conseguir el poder. Con ello, pretende cancelar la posible aparición de una tercera vía para 2024, que pudiera surgir de la alianza de un partido e importantes grupos sociales.
Por la otra, al adelantar el proceso de su propia sucesión, López Obrador, irá regulando el uso de sus atribuciones metaconstitucionales y meta partidistas para ir despejando el camino a quien elija para sucederlo.
Los anuncios de incorporaciones a su gobierno, así sea en posiciones poco relevantes, de miembros de partidos contendientes y de entidades del Pacífico mexicano, donde el narcotráfico ha sentado sus reales, podría significar la introducción de un elemento “informal y disruptor” del sistema político mexicano.
Algo parecido se gesta con la creciente militarización que se vive en el país, que en el esquema lopezobradoriano se encargaría de “regular” la participación social y política de los poderes fácticos que escapen a su influjo.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
Ante la imposibilidad de que se los regalaran, el gobierno federal compró al Banco de México, más de 7 mil millones de dólares, que seguramente los ocupará para pagar parte de la deuda externa de México. Esta compra representa el 57.37 por ciento de los Derechos Especiales de Giro que entregó el FMI a México, l pasado 23 de agosto.
@Edumermo