Ya sin proyectos ni argumentos nuevos que ofrecer, el ejecutivo federal trata con desesperación de, al menos, presentar una cara confianza de que las cosas van bien, aunque algunos indicadores económicos pronostican más tiempos difíciles.
Enclaustrado en su idea de transformación, el presidente sin nombre y sin estatua agotó ya su discurso. Nada distinto se vislumbra en el panorama; la estrategia es la misma: culpar a los demás de la ineptitud propia y encomendarse a alguna deidad para resolver problemas.
Sobre todo cuando se presume a los cuatro vientos que debido a la perfecta ineficiencia de las autoridades cuatroteístas, el gobierno mexicano habrá de servir como modelo a seguir por el mundo mundial.
Desde la untuosidad de Palacio Nacional, donde sus pocos desvelos en nada se equiparan a las penurias y angustias de sus gobernados, se orientan a dar forma a las mil y un historias a presentar en el teatro en atril mañanero que, de tanto repetirse, pierden efecto, aturden.
En el fondo, ese es el objetivo de una administración que semeja más un vendaval sin rumbo. En el aturdimiento del parloteo presidencial se busca afanosamente ocultar el fracaso de una gestión, donde la muerte de cientos de miles se acumula a cada momento.
Sin embargo, para el mandatario innombrable, estos decesos son apenas daños colaterales para que los sobrevivientes crean que el edén está por venir.
El tono presidencial optimista utilizado en este principio de año, está orientado a calmar los ánimos de grandes sectores de la población que han quedado fuera de los beneficios públicos. El Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá para los de arriba y las remesas y dádivas para los de abajo, además de discriminatorios resultan insuficientes para buena parte de la sociedad.
Los de la punta de la pirámide cada vez son menos y la base cada vez es más amplia. Tendencia que ni en los tiempos más crudos del neoliberalismo se había visto, lo cual desenmascara la política supuestamente justiciera del cuatroteísmo.
Sin visos de arrepentimiento ni disposición para cambiar un ápice o, mínimo, una coma al proyecto de nación, el retroliberalismo que pregona el presidente sin nombre nos acerca cada vez más a la etapa final, a la descomposición de lo que se conoció como el “milagro mexicano” que a su auge y brillo.
La gobernanza difícilmente se alcanza con pura tozudez; no basta bordar y bordar figuras retóricas sobre los mismos temas y renovar las decenas de promesas incumplidas, para su materialización y muchos menos sin escuchar otras voces.
El tiempo pasa y el sexenio se acaba inexorablemente; los cambios no llegan y el vendaval pierde fuerza y sentido, aunque desde Palacio Nacional se crea lo contrario, por más que desde sus aposentos se sopla, resopla y resoplará para evitar que amaine.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
Más de 60 mil contagios reportados en los últimos tres días, mientras que las pruebas para detectar el Covid que brindan las autoridades es a cuenta gotas. Este escenario es reflejo fiel de la indolencia gubernamental, que prefiere ahorrar recursos a proteger la salud de los mexicanos.
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