La brillante y límpida imagen que se formaron millones de mexicanos a mediados de 2018, con el triunfo de una opción que se decía distinta a las anteriores, conforme avanza el sexenio se va percudiendo por las promesas incumplidas y el apego a usos y costumbres del pasado.
La “nueva” clase gobernante, forjada en su mayoría en las prácticas del priismo se ha mostrado refractaria a los consejos y recomendaciones de la cartilla moral que quieren aplicar al resto de los mexicanos y ha magnificado y perfeccionado el ejercicio opaco de los recursos públicos.
Amparados en la soberbia de sentirse infalibles, gobernantes y dirigentes del cuatroteísmo, han logrado hacer de la ineficiencia y la corrupción, dos de los pilares en los cuales sustentan su labor administrativa y política, con sus consecuentes efectos en el nivel de vida y en el ejercicio de derechos fundamentales de la población.
Mientras desde el “Palacio del Bienestar” la vida es bella y todo fluye; fuera de esta austera edificación, los mexicanos nos hemos empobrecido; los aumentos al salario mínimo de poco han servido para disminuir la pobreza laboral, pues muchos empleadores ni siquiera lo pagan y la alta inflación disminuye los ingresos de la clase trabajadora.
La estatización-militarización de las actividades productivas, cierran el espacio a la participación privada, que ve con desconfianza la acentuación de esta tendencia, por lo cual prefieren abstenerse de invertir, al no contar con la seguridad jurídica para su capital.
El “reordenamiento” del gasto público lo han convertido en un juego de premios a sectores afines y de castigos para quienes piensan distinto; en lugar de contribuir a disminuir las desigualdades, el dinero de los mexicanos ha sido manejado a capricho y sin rendir cuentas.
Cada día se dan a conocer actos de corrupción por parte de funcionarios, allegados y familiares del presidente sin nombre y sin estatua; la generalización de tales hechos ponen ha descubierto la falta de “principios y honorabilidad” de quienes se supone son diferentes.
La “superioridad moral” del cuatroteísmo es uno más de los “mitos geniales” que se van desvaneciendo. Por lo demostrado hasta ahora, la política de combate a la corrupción también ha sido selectiva; por un lado, se busca desterrarla cuando se trata de gente lejana y, por otro, enterrarla –desde el teatro en atril mañanero- si se refiere a cercanos.
“Si a la mitad del camino no hay buenos resultados y se volvieron locos los gobernantes, porque el poder es una tentación cuando no hay principios, cuando no hay ideales. El poder atonta a los inteligentes y a los tontos los vuelve locos”, sostuvo el mandatario sin nombre en días pasados en gira por el estado de Hidalgo, al referirse a la revocación de mandato.
Esta afirmación, que parece una especie de autorretrato, debe ser motivo de inquietud, pues ante el creciente número de ilícitos en el manejo de los recursos públicos de la clase gobernante, muestra que en el actual gobierno, las palabras se las lleva el viento.
La ventisca de la corrupción, nepotismo, amiguismo e influyentismo se cuela por muchas oficinas gubernamentales, al no contar con un sistema de sellado que impida se filtren estos malos aires, lo que ha provocado se percuda el pañuelo blanco que se suele ondear para decir que estas prácticas ya se eliminaron.
El discurso anticorrupción carece ya de significado; dejó de ser creíble al no presentar pruebas que desmientan las denuncias. Los intentos por “enterrar” estos hechos son, en realidad, los que manchan y tiznan al gobierno.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
Esta es la estrategia triple “A” que aplica o fomenta el gobierno cuatroteísta a la prensa: amagos, agresiones y asesinatos. El inicio de año para la práctica del periodismo en México es propio de países autocráticos.
@Edumermo