Dormido y despierto, López Obrador ha dado vida al fraude y ya se le volvió una segunda piel de la cual no puede ni quiere desprenderse. A cada momento lo invoca, cual fórmula mágica, a fin de evitar el cobro en las urnas por el desastre en el que tiene sumido al país.
Luego de un tercio de gestión llena de extravíos económicos, sociales y políticos, donde se entremezclan acciones propias del porfirismo y otras de corte echeverrista, el tabasqueño sabe del descontento social generado por sus ocurrencias y caprichos. Por ello, está reformulando su pócima del fraude, a base de cuestionamientos a todo lo que no sea cuatroteísmo.
El carácter de primer morenista, lo interpela directamente en los resultados electorales del 6 de junio. No puede evadir el impacto de su administración en el estado de ánimo de los ciudadanos en el momento de emitir su sufragio; por tanto, trata de transferir -con declaraciones a diestra y siniestra- su popularidad personal a su partido.
Lo más probable es que su diatriba mañanera no alcance a compensar el enorme daño causado a millones de mexicanos. En apariencia, la única tabla de salvación es preparar el terreno para recitar su cantaleta preferida: fraude, fraude. La derrota de Morena es la de AMLO.
Por ello, ya estableció la existencia, en su mente, de una conjura casi mundial, en donde se han aliado en su contra lo mismo organismos multilaterales, fondos estadounidenses, autoridades electorales, empresarios, partidos políticos, foros, organismos autónomos, gobernadores y recientemente el poder judicial, a los que ve como enemigos jurados de su dizque transformación.
Aunque parezca poco creíble, en dos años y medio el gobierno lopezobradoriano ha dilapidado el enorme respaldo obtenido en 2018. La mentira es una de las causas sólidas que le han hecho perder alrededor de 25 puntos porcentuales entre febrero de 2019 y los primeros días de mayo de 2021.
Hurgar en el pasado solo pone a descubierto la pobreza argumentativa del primer mandatario. México y las instituciones cambiaron en los tres quinquenios recientes, por lo que el refrito de 2006, además de haber perdido validez, deja traslucir al conservador que López Obrador lleva dentro y que cada día le cuesta más trabajo mantener quieto.
En el otro lado de la moneda, Morena, que ha hecho del manoseo físico y legislativo su deporte predilecto, sencillamente no sabe cómo actuar de manera institucional u dentro de la ley; para todo busca la trapacería, aun cuando vaya en contra de sus intereses, como el hecho de no haber nombrado a sus representantes de casilla y, de esa forma, estar en posibilidad de negar los resultados de la votación.
Sumergido hasta las manitas en el proceso electoral, López Obrador se siente en su elemento, demostrando con ello su absoluto desapego por el marco jurídico y desconociendo el acuerdo en favor de la democracia que suscribió con todos los gobernadores del país. Y aún así se atreve a juzgar y criticar con acritud a los opositores y casi pide la hoguera contra ellos, cuando es el principal y más frecuente infractor de la legislación en la materia.
Arrancarle de la epidermis al tabasqueño la idea de fraude, es tarea imposible. Ese ha sido su emblema y también Morena lo trate tatuado en su lógica de participación electoral; sin esa idea, ninguno de los dos existiría.
Nos esperan días de litigio y de arrebatos guindas. Esperemos que la sensatez se ubique por encima del encono y la sociedad no se divida aún más.
He dicho
EFECTO DOMINÓ
Bajo la lógica de lo que hace la mano, hace la tras, el senador Ricardo Monreal Ávila seguirá el camino de su gurú Andrés Manuel: publicar libros para sobrevivir, porque el salario de 105 mil pesos mensuales le es insuficiente. Debe haber publicado más libros que Corín Tellado para tener todas las propiedades que posee.