En memoria de los periodistas asesinados
EDUARDO MERAZ. Experto en el engaño y la simulación, el presidente sin nombre y sin estatua, salió de Palacio Nacional, enfundado con gorra beisbolera, para dar a entender que iba a practicar y demostrar que tiene buena condición física.
Finta que medio le funcionó, pues al no publicitar su práctica de bateo como acostumbra, se confirmó una más de sus mentiras, pero de tanto recurrir a este método sus trucos han dejado de tener el efecto buscado, como ocurre con sus otros datos.
La falta de aptitud del mandatario innombrable para atender con atingencia, oportunidad y eficiencia los asuntos de Estado trata de disimularlo con evasivas. Sin embargo, el cúmulo de yerros en todos los órdenes sobrepasa su capacidad histriónica, por lo cual su credibilidad va en constante declive.
El desdén con el que ve el avance de la precariedad, el miedo derivado de la violencia e inseguridad, la falta de medicamentos y la carestía en el pueblo bueno y sabio, que tanto dice proteger, es impropio de un gobernante responsable y comprometido.
Después de tres años, la salida fácil de culpar al pasado ya se agotó, sobre todo porque cada día aparecen despilfarro y mala planeación en sus obras insignia, a pesar de su promesa de que el costo inicial no crecería, pero ya tienen un sobregiro de alrededor del 40 por ciento.
Los supuestos ahorros por ser la austeridad republicana, además de falsos, no alcanzan a cubrir los servicios básicos que está obligado a cubrir. Al contrario, ha tenido que recurrir al endeudamiento externo, aunque lo niegue.
Su herencia, consiste en haber aumentado la deuda en más del 10 por ciento, en tan sólo tres años, incremento superior al de gobiernos anteriores. Empréstitos que los mexicanos de hoy y de mañana tendremos que pagar y que ya ronda los 13 billones de pesos.
Ha sido, en suma un gobierno fracasado, cuyo mayor mérito descansa en lo que en realidad es una especie de devolución de impuestos a sectores pobres de la población; dádivas insuficientes para mitigar el empobrecimiento económico de amplios grupos sociales.
El dogmatismo doctrinario permea todo el gobierno del presidente sin nombre. Además del ámbito económico, ha fincado su relaciones con la sociedad en la discriminación, ahondando las diferencias y que éstas se traduzcan en agravios entre unos y otros en razón de género, condición social, edad, religión e ideología.
Universitarios, clases medias, empresarios, investigadores y profesionistas privados por obra y gracia del mandatario son merecedores de condena pública y repudio por no formar parte del pueblo.
Por supuesto que sus colaboradores son la excepción, aunque casi todos ellos pertenecen a estos grupos y, en la mayoría de los casos, son ejemplo innegable del amasiato entre el poder político y el económico, que dice combatir.
Haber ganado la Presidencia de la República no lo convierte en mandatario, como tampoco ponerse los arreos de beisbolista, lo convierte en bateador efectivo. Los varios ponches políticos y deportivos que le han recetado, así lo certifican.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
Los panegiristas del mandatario sin nombre, llegaron a la abyección de descalificar las manifestaciones de protesta por los tres periodistas asesinados en este primer mes del año. Epigmenio Ibarra y Jairo Calixto mostraron el cobre y dieron fe de no ser del gremio.
@Edumermo