Desde la altura del Olimpo de Palacio Nacional, su huésped temporal contempla arrobado su obra transformadora que, dentro de la perspectiva de los otros datos, avanza sin grandes contratiempos. Su ejército de ayudantes, que no colaboradores, está siempre pendiente de sus órdenes, escucha y obedece sin chistar.
Desde su suprema voluntad, le resulta innecesario tener un gabinete preparado y capacitado. Le basta y sobra con expresar su voluntad y que los demás “le ayuden” a concretarla.
En el cuatroteísmo gubernamental son más importantes los encargos que los cargos; formalmente son funcionarios, aunque en la práctica son chalanes. Sin importar las funciones estipuladas en la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal, López Obrador asigna tareas sin ton ni son, creando desorden y desorganización administrativa.
Las funciones que cumplen los integrantes de primer nivel de la administración lopezobradoriana, no están en razón de las obligaciones señalada en el marco jurídico, sino la de ser ayudantes del titular del ejecutivo. Así lo ha dejado bien claro el tabasqueño: quien renuncia o lo despiden del servicio público, simplemente “ayudó”, quien se incorpora, “ayudará” a López Obrador en su histórica misión.
Este menosprecio a las capacidades de sus colaboradores, pone al descubierto el grado de megalomanía del presidente López Obrador, para quien nadie está siquiera cerca de su inmensa sabiduría, por lo cual únicamente merecen el trato de chalanes, a los cuales el maestro de obra tiene que decirles cuándo y cómo deben hacer sus tareas.
Además, debe supervisarlos porque no confía totalmente en ellos, pues varios de ellos han mostrado debilidades ideológicas, han caído en los embrujos del neoliberalismo y quieren apartarse del fundamentalismo cuatroteísta.
Bajo ese esquema, ninguno de los funcionarios cercanos del mandatario es responsable de las labores realizadas, independientemente de si corresponden a las funciones dispuestas por la ley. Lo importante es cumplir con la sacrosanta voluntad presidencial.
Los recientes ajustes en su equipo de colaboradores, con la salida de Julio Scherer Ibarra de la Consejería Jurídica de la Presidencia; el regreso de Olga Sánchez Cordero al Senado de la República y la asunción al gabinete de su paisano, amigo entrañable y pariente, Adán Augusto López Hernández, quedó más que evidenciado el caprichoso actuar de López Obrador.
A pesar de la cercanía con el nuevo secretario de Gobernación y de que en apariencia asumirá lo que se denomina “política interior”, en realidad será un ayudante más, con rango de oficial, en la búsqueda de acuerdos con los poderes legislativo y judicial, así como con los otros niveles de gobierno.
Chalaneo que ha extendido a las mayorías en el Congreso, donde recibieron la instrucción de no cambiarle ni una coma a sus iniciativas, no obstante que adolecieran de rigor jurídico y entraran en contradicción con la Carta Magna.
Método o modito que quiere extender a la totalidad de los órganos autónomos, en particular los relacionados con los procesos electorales, la transparencia y rendición de cuentas, y con el Banco de México a los que desea incorporar como nuevos chalanes, para que no objeten nada de lo que hace.
Cualquier consideración a la voluntad suprema proveniente del Olimpo, es considerada revisionista y quienes propalan esas ideas exóticas y propias del conservadurismo nacional o foráneo, deben ser enviados al ostracismo y, si la falta es grave, quemarlos en la hoguera de la mañanera.
A la mitad del camino, López Obrador ya cambió casi a la mitad de sus chalanes de primer nivel. En la segunda parte de su mandato, tal vez veamos un mejor trato para las corcholatas que dentro del oficialismo aspiran a sucederlo.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
El “pequeño rebrote” de coronavirus (AMLO, dixit), representó que en agosto pasado se registraran más de 504 mil contagios, la mayor cifra de casos para cualquier mes, equivalente al 15 por ciento del total de infecciones registradas durante la pandemia.
@Edumermo