Si algo distingue al presidente Andrés Manuel López Obrador, además de su infinita verborrea, es su capacidad de sobrevolar cuando hay problemas, como un recurso para minimizar los estragos, ya sea por las fuerzas de la naturaleza o por sus propios yerros.
Esta capacidad de sobrevuelo a las situaciones que no son de su agrado, porque le hacen notar las fallas de su gobierno, la tiene tan perfeccionada y su equipo de comunicación también, que los afectados por los desastres únicamente se enteran de su presencia de altura a través de la prensa o de las redes sociales.
De no ser porque su área de comunicación difunde tales acciones, nadie se enteraría que estuvo en los sitios de desastre, como acaba de ocurrir con la inundación en Tula, Hidalgo, cuya visita aérea hasta el momento no ha sido documentada por su área de prensa; fue el gobernador de Hidalgo, Omar Fayad, quien lo informó.
El principio que guía este comportamiento lo ha expresado con claridad meridiana López Obrador: mandar al carajo todos aquellos eventos que impliquen estar cerca de las víctimas de cualquier naturaleza, porque no es igual que quienes le antecedieron en el cargo.
Como nunca antes, la discreción presidencial -a la que es tan proclive- se hizo notar en esta ocasión, donde fallecieron 17 pacientes por la grave inundación ocurrida en el hospital de esa ciudad hidalguense.
Sin duda, los damnificados y deudos agradecen este tipo de solidaridad y cercanía que les brinda el primer mandatario en tiempos de dificultades, con la certeza de que de inmediato recibirán la ayuda necesaria, como la que prontamente tuvieron los tabasqueños, sus paisanos, el año anterior.
El pueblo bueno y sabio es consciente que por el bienestar de México y sus habitantes lo más importante, incluso por encima de su propia existencia, es que la investidura del jefe del ejecutivo federal se preserve en tiempos de calamidades.
La población prefiere que visite cada dos meses sus obras insignia a tener que verlo enlodarse el calzado para supervisar que la ayuda prometida llegue y tomarse fotografías con quienes han sufrido una desgracia.
La dignidad del dignatario reluce más cuando en vez del contacto directo con damnificados se reúne con dolientes del pasado, como los familiares de los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, que pueden ser atendidos en el mismísimo Palacio Nacional.
Así, en lo que va de su mandato, López Obrador sigue sobrevolando por encima del desorden administrativo de su gobierno, de las erráticas y fallidas estrategias, de las promesas incumplidas y de las mentiras cotidianas.
Sobrevuela para que la realidad no lo alcance; desde las alturas, todo y todos se ven empequeñecidos. El cementerio en que se ha convertido buena parte del país, con más de 600 mil muertos registrados en sus primeros tres años de gobierno, medio millón por la pandemia y 100 mil por la violencia, a sus ojos es un simple sepulcro.
Sobrevolar llega a distorsionar la realidad que se percibe, por más que se tenga viento a favor, aunque ya se ha visto en sus últimos vuelos tener que darle la vuelta al mal tiempo y las tormentas. Esos son los riesgos de andar siempre en las alturas.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
Cuestionado sobre el papel desempeñado por México para detener a los migrantes en la frontera sur, el presidente Andrés Manuel López Obrador respondió que “no somos peleles” de Estados Unidos. Cierto. Si bien nos va, somos la “ayudantía migratoria” del vecino del norte, pues el propio Andrés Manuel López Obrador ha dicho que ayudamos a EEUU en el plan migratorio.
@Edumermo