Como hace medio siglo lo hiciera Luis Echeverría, ahora, al ritmo de Los Ángeles Azules, el presidente Andrés Manuel López Obrador bien podría acuñar como lema: “de Palacio Nacional para el mundo”, con su propuesta de fraternidad y bienestar a la comunidad internacional.
Igual que su antecesor en la primera magistratura, cuya segunda parte de su mandato la dedicó a posicionar su “Carta de Derechos y Deberes de los Estados”, en nuestros días el “plan mundial” lopezobradoriano también será el caballito de batalla en lo que resta de su administración.
Son tantos los paralelismos entre ambos mandatarios –Echeverría y López Obrador- que el plan parece una paráfrasis de la carta, por los propósitos que ambos documentos señalan.
Pero las similitudes rebasan con mucho los aspectos retóricos. El estatismo que privilegian los dos jefes del ejecutivo, por sus resultados, quedaron a deber a la población y no pudieron ni han podido resolver las desigualdades.
En el caso de Echeverría Álvarez, la multiplicación de las empresas públicas, propició el desmedido crecimiento del gasto público y el incremento de la inflación entre otras distorsiones en la economía, lo cual generó confrontaciones con el sector privado y fue el origen a las continuas crisis y devaluaciones del peso.
Ante el fracaso en el interior, el mandatario mexicano de 1970 a 1976 enfocó sus baterías hacia el exterior, como mecanismo de defensa y de promoción de su imagen personal, con miras a alcanzar un lugar en la historia no sólo de México, sino a nivel mundial.
Guardadas las proporciones, los primeros tres años de gestión de López Obrador tienen muchas semejanzas con los sucesos de hace cinco décadas, con el atenuante relativo de la pandemia que, por la ineficiente estrategia seguida, terminó con una elevada mortandad de personas, más pobreza y desigualdad.
Ante la imposibilidad de alcanzar los objetivos iniciales, el tabasqueño ha decidido recorrer el mismo camino de la internacionalización de su precedente y cambiar la voz pasiva de que la mejor política exterior es la interior, por “la mejor política interior es la exterior”.
Tanto Echeverría como López Obrador, sin resolver la pobreza de los mexicanos, prefirieron abogar por los desvalidos del mundo. Igualmente, mientras hacia afuera claman por derechos y fraternidad, internamente se volvieron liosos y desentendidos de sus gobernados.
El presidente actual está dispuesto a lo que sea, desde cuestionar la utilidad misma de la Organización de las Naciones Unidas, hasta pasar la charola a los machuchones del mundo mundial -práctica en la cual cuenta con todo el expertis-, que difícilmente se dejarán chantajear como sus homólogos mexicanos, a cambio de tamales de chipilín.
Así, no debe extrañarnos si, a partir de esta fecha, el presidente López Obrador cambia alguna de sus giras por territorio nacional, para acudir a encuentros y foros internacionales, a fin de impulsar su multicitado modelo que, presumiblemente, dará a conocer durante la próxima Asamblea General de la ONU.
Si Plan Mundial para la Fraternidad y el Bienestar pretende sustentarse en el esquema cuatroteísta, es poco probable su aplicación a nivel internacional y que el lema “De Palacio Nacional para el mundo” se vuelva realidad.
Los mexicanos tampoco estaremos felices, felices, felices, de entonar “amo sus errores”.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
Significativo que los aumentos salariales a los trabajadores al servicio del estado se ubiquen por abajo del índice de inflación, como en los mejores tiempos del neoliberalismo, lo cual contradice el discurso de que los incrementos a las percepciones de los trabajadores siempre serían mayores al aumento de los precios.
@Edumermo